Según sus etiquetas, los filtros duran (una vez abiertos) entre 6 y 12 meses.

FUENTE: El País

En 2015, las ventas de productos solares (tanto protectores como las fórmulas para después de la exposición al sol) experimentaron un crecimiento récord del 9,4%. Son datos de la Asociación Nacional de Perfumería y Cosmética (Stanpa), que explica que esta evolución se debe a una mayor concienciación de la población en la (casi) obligatoriedad de utilizarlos, a la investigación en fórmulas cada vez más innovadoras, a los formatos que facilitan la aplicación y al flujo turístico que nos visita cada verano. De los millones de unidades que también debieron consumir el año pasado (no han salido los datos oficiales aún), muchos seguirán en armarios y bolsas de playa esperando a ser reutilizados en cuanto asome el primer rayito de sol. No tan rápido. Saque las gafas (o la lupa) y busque un diminuto símbolo que representa un tarro abierto y, a su lado, una cifra seguida de la letra M. Indica el periodo de consumo recomendado y es difícil que encuentre alguno que otorgue una vida útil, una vez le haya metido mano, de más de 12 M (meses). ¿Por qué no hemos dicho caducidad…? ¿Podría seguir usándolos…?

Son como los yogures

En cosmética, caducidad tampoco es lo mismo que consumo recomendado. Para resolver el dilema de tirarlo o no tirarlo, lo primero que hay que tener presente es que, a pesar de la importante (y delicada) misión que cumplen, los productos solares no gozan de una normativa especial, sino que se enmarcan dentro del Reglamento Europeo de Productos Cosméticos. Desde Stanpa afirman que este garantiza la calidad, seguridad y eficacia de los ingredientes, composición, proceso de fabricación y envase de todos los productos cosméticos y de perfumería en Europa. El icono del tarrito al que hacíamos mención al principio representa el plazo de utilización después de su apertura (PAO, Period After Opening). Indica el periodo en que la fórmula mantiene sus propiedades intactas desde que retira el precinto. “Antes, cada país tenía libertad para regular los cosméticos pero, desde 2005, la UE estableció que todos deben llevar en su etiquetado esta indicación”, destaca Aurora Barranger, experta en Dermocosmética de Laboratorios Uriage.

Sabiendo que no parece que sea un producto vivo, quizá recele de que, una vez más, sea una mera cuestión de marketing. Le resultará curioso que el PAO suela oscilar entre los 6 y los 12 meses. Justo con la vuelta del buen tiempo, cuando pretende recuperar los protectores solares de la temporada anterior. La industria se defiende: “Es un falso mito que queramos vender protectores solares sin más”, indica Cristina Tiemblo, vocal nacional de Dermofarmacia del Consejo General de Colegios de Farmacéuticos. “Los laboratorios invierten muchos recursos en investigación y desarrollo para realizar test de eficacia, de estabilidad o de texturas que garanticen que sus fórmulas cumplen con lo dicen durante el periodo de tiempo que especifican”, asegura.

Al determinar esa fecha se tienen en cuenta dos factores: que una vez abierta, la fórmula pierde hermeticidad y entra en contacto con agentes externos que pueden degradarla; y que es más que probable que los solares sean los productos de cuidado más maltratados de cuantos usamos con regularidad. Las condiciones de almacenamiento juegan un papel esencial para el mantenimiento de todos los cosméticos abiertos y, en el caso de los solares, es complicado cumplir ya que viven a medio camino entre el bolsillo interno de los abrigos de nieve, las bolsas de playa y los maleteros de los coches, hierven todo el día al sol, la arena dificulta cerrarlos bien… “Debido a esa vida ajetreada que se les da, es más difícil garantizar la estabilidad tanto de las emulsiones como de los principios activos”, añade Tiemblo.

 

“Selecciono y agradezco productos con fecha de caducidad clara y concisa. Es sinónimo de seguridad, fundamental en tratamientos de la piel con fin terapeútico” (Inmaculada Canterla, farmacéutica)

En un escenario idílico se deberían seguir unas pautas: evitar las temperaturas extremas que pueden provocar una pérdida de actividad o cambios en el comportamiento de algunos ingredientes; mantener los envases cerrados ya que algunos activos mutan al contacto con el aire, y protegerles de la luz directa del sol (pueden ser fotosensibles). Aunque consiguiera cumplirlas, pasado el plazo úselos bajo su responsabilidad. “Después de esa fecha, los laboratorios ya no garantizan que vaya a proteger como dice, ni de que la emulsión tenga igual textura, ni de que hidrate como se supone que debería”, advierte Tiemblo. Eso no significa que deje de funcionar radicalmente, sino que la firma no se hace cargo si no cumple todo lo que promete cuando sale al mercado ya que, si lo ha especificado, se debe a que alguno de sus activos reduce su actividad.

Si es del año pasado, mala señal

Doce meses no es un periodo de vida corto para un cosmético. Más aún si se utilizan siguiendo las pautas recomendadas por la Academia Española de Dermatología y Venereología (y todas las autoridades dermatológicas del mundo) de extender dos miligramos por centímetro cuadrado y reaplicar cada dos o tres horas. Si hace cuentas, es muy complicado que un frasco le dure del año pasado. Además de que los dermatólogos recomiendan utilizarlos todo el año… Por eso pretenden que vea estos periodos de caducidad tan solo como un sinónimo de garantía. “Selecciono y agradezco productos con fecha de caducidad clara, marcada, concisa. Para mí es sinónimo de calidad, seriedad y seguridad, fundamentales en productos que se aplican en la piel con un fin terapéutico”, afirma Inmaculada Canterla, farmacéutica miembro de la Sociedad Española de Medicina Antienvejecimiento y Longevidad (SEMAL) y la Sociedad Española de Medicina y Cirugía Cosmética (SEMCC).

Ni la mejor química aguanta

Una creencia común es que los filtros solares físicos (con partículas micronizadas de, por ejemplo, minerales que dispersan y reflejan la radiación lumínica que incide sobre ellos), tienen una caducidad mayor que los químicos (compuestos creados para absorber la radiación solar y transformarla en otros tipos de energía que no dañan la piel). Sin embargo, la farmacéutica Tiemblo asegura que, partiendo de la premisa de que los parámetros que se fijan de origen en un fotoprotector se tienen que mantener durante toda la vida útil del producto, no hay estudios que demuestren que uno físico sea más estable que uno químico. Ni al revés. Es cierto que el físico no se descompone como un químico, pero también tiene lo suyo. Con el paso del tiempo se puede apelmazar, por lo que no se distribuye bien y no va a poder garantizar la protección inicial. No se degrada igual que uno químico pero pierde su eficacia por estos otros motivos.

Si nos fijamos en el tipo de textura, tampoco podemos afirmar que es relevante a la hora de determinar la vida útil de los protectores solares. Canterla afirma que, en términos generales, “la ausencia de agua en la fórmula, el hecho de poseer grandes cantidades de alcohol o un pH muy extremo, siempre dificultan la proliferación de microorganismos”. Esto no se puede extrapolar solo a los filtros solares ya que también influyen los excipientes y el envase elegido. “En los productos en los que no existe una abertura física del envase, y por lo tanto no puede haber contacto entre el producto y el ambiente, se garantiza un menor contacto con el exterior y más protección”, afirma Barranger. Es el caso de los formatos en spray o monodosis.

“¿Y si no me dio tiempo ni a abrirlo?”

En términos generales, “los protectores solares están diseñados para mantener su efectividad hasta tres años sin ser abiertos”, afirma Barranger, de Uriage. Así que, sí caducan. “Sus componentes se van degradando”, destaca Tiemblo. Pero es raro que se indique en el envase. El reglamento determina que si la caducidad es superior a 30 meses no es necesario ponerlo, mientras que si es igual o menor a 2,5 años debe especificarse. Para poder establecerlo, los responsables de la formulación deben demostrar que su producto no se va a degradar ni va a perder su efectividad. Pero es que, en muchas ocasiones, ni ellos lo saben… “Cuando se lanza un nuevo producto, los laboratorios no tienen la absoluta certeza de cómo va a vivir esa fórmula en condiciones reales de almacenamiento así que, por precaución, y hasta que no cumple un año de vida en el mercado, no le otorga una caducidad superior a 24 meses [con la consiguiente obligación de indicarlo]. En muchos de estos lanzamientos se fija una fecha con el fin de hacer un seguimiento a la fórmula y, una vez se ha verificado que todos los parámetros mantienen la misma actividad, se amplía la garantía”, explica Tiemblo.

Entendida la teoría, pasemos a la práctica. Si no ha tenido la precaución de anotar cuándo compró el solar ni cuándo lo abrió por primera vez, ¿cómo saber si puede usarlo o no? En esa situación, todos los expertos confirman que es fundamental el sentido común del usuario. Debe intentar recordar cómo era el producto al estrenarlo y estar alerta sobre las pistas que indican que algo no va bien. Lo más fácil es fijarse tanto en la textura como en el aroma. Si tiene grumos, un color diferente o se separa en una parte cremosa y otra líquida, es que la emulsión se ha roto y tiene que desecharla. Si huele raro puede ser que algún ingrediente se haya oxidado y no es apto. Ante la duda, contacte con Atención al Cliente de la firma, y no llegue a testarlo sobre la piel. En general: no se arriesgue, deposítelo en el contenedor correspondiente y aproveche para probar alguna de las novedades con lo último en innovación: refrescantes, antiarena…

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