Las firmas españolas apenas se interesan por la nutrición de los empleados a pesar de lo importante que es para el rendimiento

FUENTE: El País

¿Se puede aguantar una jornada laboral completa comiendo trigo, cebada, granos y un brebaje preparado a partir de cenizas de plantas? Si su profesión es gladiador en la antigua Roma, se puede. Es la conclusión a la que han llegado investigadores de las universidades de Viena y Berna tras estudiar los restos óseos de 22 de estos luchadores hallados en la ciudad de Éfeso, en la actual Turquía. Una dieta sin apenas indicios de carne o lácteos, pero que no les impedía seguir sus duras rutinas de entrenamientos y combates.

Y si aquellos gladiadores de hace 1.800 años ya se preocupaban de que su alimentación no perjudicara sus prestaciones en la arena, cuánto más no deberían hacerlo también los profesionales actuales. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), comer mal puede disminuir hasta en un 30% la productividad laboral. “Una alimentación insuficiente o inadecuada pueden provocar hipoglucemias y afectar a la concentración. Aumenta el riesgo de obesidad, hipertensión, enfermedades cardiovasculares, diabetes, depresión y otras afecciones que tienen gran impacto en el absentismo laboral”, alerta Susana Santiago, profesora del grado en Nutrición Humana y Dietética de la Universidad de Navarra.

Una dieta rica en verduras, frutas, legumbres, cereales integrales o pescado es el mejor antídoto frente a estos problemas. Aunque poder seguirla a rajatabla en el trabajo ya es otro cantar. Escasez de tiempo, comidas de negocios, ausencia de espacios específicos para comer o calentar comida… Estas barreras provocan desequilibrios alimenticios que afectan al rendimiento intelectual, anímico y físico del trabajador. “Solemos pasar las primeras horas del día con déficit calórico y tímidos niveles de azúcar en sangre. Por el contrario, la segunda mitad de la jornada suele caracterizarse por una congestión digestiva, hinchazón y sopor debido a una ingesta de alimentos excesiva en la comida. Ambas situaciones son desaconsejables”, advierte Marta Gámez, directora técnica del Grupo NC Salud.

Y es que cuando se trata de comer en el trabajo importan el qué, el cuánto, el cuándo y hasta el cómo. “Es importante realizar una adecuada selección de alimentos y ajustar las cantidades ingeridas a la actividad física que implique cada tipo de trabajo. Por ejemplo, en el caso de labores que requieran un mayor esfuerzo físico, las pastas, arroces y patatas asegurarán la energía necesaria para un mejor rendimiento físico durante la tarde. También es conveniente planificar bien los horarios de las comidas”, resume Sergio Miralles, director B&I de Eurest España.

Si bien algunos factores culturales no lo ponen fácil. Las dos horas para comer siguen siendo sagradas en no pocas empresas españolas. Otro problema es que desde aquel lejano café con leche tomado apresuradamente en casa hasta que llega la pausa de la comida transcurre una eternidad. ¿La solución? Una costumbre muy española: el almuerzo de media mañana. “Un tentempié ayuda a mantener la saciedad, el rendimiento y controlar la ansiedad por comer”, explica Marta Gámez. Eso sí, hay tentempiés y tentempiés. “Debe incluir alimentos saludables. Nada de bebidas azucaradas, bollería, galletas, cereales refinados y azucarados ni bocadillos de embutidos”, aconseja.

El componente social es un factor que pesa en las decisiones alimentarias. Según Eurest, el 60% de los trabajadores europeos cree que compartir el almuerzo con compañeros de trabajo ayuda a estrechar lazos y a construir equipo. Comer fuera de vez en cuando puede ser un bálsamo contra el cansancio mental. Para Manuel Asla, director de marketing y comunicación de Eden­red, las variables que más valoran los trabajadores españoles al escoger un restaurante son: “Que esté cerca del trabajo, servicio rápido, oferta amplia, buen ambiente y precio razonable. Además, los empleados le dan cada vez más importancia a la calidad y al valor nutricional del menú”.

Medias raciones

No siempre lo lograrán. “Comer fuera supone muchas veces un exceso de frituras, alimentos de origen animal y salsas con alto contenido en grasas y aceites”, lamenta Gámez. Enfrentarse a una tarde de trabajo después de meterse entre pecho y espalda primero, segundo, vino, pan, café y postre no parece lo más idóneo. En su lugar, Susana Santiago recomienda decantarse por “platos únicos o medias raciones”.

“Muchas empresas no son todavía conscientes de que la comida que se hace en horario laboral es parte de la jornada laboral; no es una cuestión que esté entre sus prioridades”, reflexiona Manuel Asla. La profesora Santiago cree que las organizaciones deberían esforzarse más por promover entornos de trabajo saludables. “Por ejemplo, realizando una revisión nutricional de los menús del comedor de empresa y de la oferta de las máquinas expendedoras; recurriendo a un catering más saludable en las reuniones de trabajo; habilitando espacios con microondas y neveras, o incluyendo actividades educativas sobre alimentación y actividad física en sus planes formativos”.

Porque, además, el trabajo no siempre es el mejor contexto para pensar en comida. El estrés, los jefes, los clientes… “Cuando entramos en estado de ansiedad no comemos, sino que engullimos”, recuerda Roberto Durán, coach nutricional del Centro de Estudios del Coaching (CEC) y responsable del proyecto Emoticomo. “Es nuestro modo de compensar algo que no estamos sabiendo gestionar emocionalmente. Y es un círculo vicioso. Porque si nuestro cuerpo no está preparado para tragar, digerir y absorber determinadas situaciones, tampoco va a ser capaz después de tomar ningún alimento que le siente bien”.

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