Ni es cosa del pasado ni reviste gravedad. Esta infección de garganta, cuyo nombre procede de la erupción rojiza que provoca en la piel, forma ya parte del día a día de los pediatras, sobre todo en invierno y primavera

FUENTE: Las Provincias

Quizá al ver que hablamos de la escarlatina piense que nos estamos desviando un poco de la actualidad e interpreta este artículo como un repaso de las enfermedades del pasado, pero no es así. Al contrario de lo que mucha gente cree, dicha dolencia está ahora a la orden del día y los pediatras acostumbran a tratarla cada semana en su consulta.

La escarlatina no es más que una infección de garganta que produce una erupción en la piel de color rojizo (de ahí su nombre). La mayoría de faringoamigdalitis (nombre científico de lo que solemos llamar anginas) tienen un origen vírico, pero en este caso la produce una bacteria llamada estreptococo. Esta bacteria se sitúa en la garganta y en ocasiones libera una toxina que crea ese sarpullido tan característico.

«Hay una sensación popular de que se trata de una enfermedad grave y antigua, pero es muy común y no está erradicada como la gente piensa», explica el doctor Luis Blesa, presidente de la Sociedad Valenciana de Pediatría, quien deja claro que no se trata de una enfermedad grave y que tiene fácil solución.

La escarlatina afecta habitualmente a niños a partir de los dos años y hasta la adolescencia, aunque eso no quiere decir que los demás estén exentos de padecerla. Suele tener más incidencia en invierno y en primavera.

Sus síntomas difieren de una infección de garganta ‘común’ porque suele producir también fiebre muy alta, malestar general, náuseas e incluso vómitos. Por lo general, es pasadas las primeras 24 ó 48 horas cuando aparece la erupción, formada por puntitos rojos diseminados por todo el cuerpo, especialmente en los pliegues (axilas, rodillas, ingles…). Además, confiere un aspecto característico a las mejillas, que se ponen muy coloradas mientras que la zona de alrededor de la boca se queda pálida.

Este sarpullido, de una textura similar a la piel de gallina, dura entre cuatro o cinco días y ni es contagioso ni necesita un tratamiento específico (no tiene nada que ver con la varicela). Una vez desaparecido puede producir una pequeña descamación en la piel, que es normal y desaparece sola.

El tratamiento es tan sencillo como tomarse un antibiótico y acompañarlo de paracetamol e ibuprofeno para combatir el malestar general. «Conviene dejar claro que en este caso sí que es recomendable tomar antibiótico, al tratarse de una infección bacteriana, ya que se acorta la duración de la enfermedad», avisa el pediatra, quien recuerda que en las infecciones víricas no se necesita este tipo de medicación y que no se debe abusar de ella.

En este sentido, lo que puede llevarnos a sospechar que se trata de un origen bacteriano y no de una amigdalitis por virus es fijarse en detalles como la fiebre muy alta, un gran malestar corporal o la carencia de síntomas de catarro, como la ausencia de secreción nasal o tos.

El estreptococo se aloja en la garganta. Por ello, la forma de contagio es a través de la saliva, al comer, besar, beber, hablar… En general, para evitarlo lo mejor es seguir las medidas higiénicas habituales, como no compartir vasos, cubiertos, botellas o toallas, además de evitar en cierta medida la cercanía (no quiere decir aislarse, simplemente no besar o abrazar).

El doctor recomienda que el niño no vaya al colegio para no contagiar a los demás, aunque asegura que 24 horas después de la primera toma del antibiótico, si no tiene fiebre, ya puede recuperar su vida normal, porque deja de ser contagioso.

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