Inyectada en la médula espinal, AIBP inhibe de forma específica la actividad de TLR4 y alivia durante dos meses el dolor asociado a la quimioterapia en ratones

Fuente: ABC

A día de hoy contamos con fármacos quimioterápicos muy eficaces para el tratamiento de muchos tipos de cáncer. Unos fármacos que, como ocurre con todos los medicamentos, tienen efectos secundarios, algunos muy ‘importantes’. Es el caso, entre otros, del dolor intenso. Tal es así que tras recibir quimioterapia, muchos pacientes se ven abocados a recibir tratamiento analgésico durante largos periodos de tiempo. Por ejemplo, con opioides, que si bien son muy eficaces pueden provocar una adicción muy difícil de superar –como se está comprobando en Estados Unidos, donde la adicción a los opioides se está convirtiendo en una epidemia–. Pero, ¿no hay una alternativa más segura para tratar este dolor? Pue según un estudio dirigido por investigadores de la Universidad de California en San Diego (EE.UU.), sí. Y para ello tan solo habría que administrar una inyección cada varios meses.

Concretamente, el estudio, publicado en la revista «Cell Reports», muestra cómo la ‘proteína de unión a la apolipoproteína A-I’ (AIBP) inhibe el ‘receptor de tipo Toll 4’ (TLR4) y, por tanto, previene y revierte la inflamación y los procesos celulares asociados con el dolor, hasta el punto de que una única inyección de AIBP en la médula espinal es suficiente para calmar durante un par de meses el dolor asociado a la quimioterapia. O así sucede, cuando menos, en modelos animales –ratones.

Actuar sobre la raíz del dolor

La inflamación y el daño neural son independientes. O así se ha venido creyendo hasta ahora. Y es que los autores del nuevo estudio descubrieron hace ya unos años que, en ocasiones, la inflamación puede derivar en dolor crónico con todas las características del daño neural. Y aquí es donde entra en juega TLR4, receptor que se encuentra en las membranas celulares y que, cual antena, rastrea el entorno en busca de señales de infección o de daño tisular.

En primer lugar, los autores descubrieron que AIBP inhibe TLR4 al eliminar el colesterol de las ‘balsas lipídicas’ –áreas ricas en colesterol que se encuentran en las membranas celulares y que regulan la comunicación de las células con sus vecinas–. Por tanto, y dado que este TLR4 se encuentra implicado en la aparición del dolor, lo que hicieron fue evaluar si AIBP podía reducir la cifra de balsas lipídicas en las microglías –las células inmunes del sistema nervioso central (SNC)– y, en consecuencia, bloquear la activación de TLR4 para disminuir la inflamación en el SNC –o lo que es lo mismo, disminuir el dolor.

La inhibición de TLR4 con AIBP bloquea los mecanismos subyacentes que causan el dolor y no solo enmascara los síntomas

En el estudio, los autores utilizaron un modelo animal –ratones– al que administraron quimioterapia para que experimentaran un dolor intenso ante cualquier leve roce. Y lo que hicieron fue ponerle una única inyección de AIBP en la médula espinal. ¿Y qué pasó? Pues que gracias a la inyección, el dolor asociado a la quimioterapia se disipó completamente durante dos meses. Todo ello, además, sin que los animales vieran afectada su función motora ni sufrieran ningún otro efecto secundario.

Como explica Tony Yaksh, director de la investigación, «lo que hacen los opioides y la gran mayoría de fármacos para el dolor es, simple y llanamente, disminuir la percepción del dolor del paciente. Pero el origen de ese dolor sigue estando ahí. Además, los opioides también inducen una sensación de placer, lo que conlleva a un mal uso de estos fármacos y al desarrollo de adicciones. Lo especial de nuestro enfoque, esto es, la inhibición de TLR4 con AIBP, es que modifica realmente los sistemas de procesamiento del dolor. Por tanto, si uno piensa en el dolor neuropático como una patología, vemos que nuestra estrategia es un verdadero modificador de enfermedad. Estamos bloqueando los mecanismos subyacentes que causan el dolor, no solo enmascarando los síntomas».

¿El fin de los opioides?

Lógicamente, los ratones no son personas, por lo que la eficacia de la administración de AIBP debe ser primero evaluada en pacientes humanos. Y asimismo, los autores también están investigando la forma de administrar esta AIBP sin tener que pincharla en la médula espinal.

Como indica Yuri Miller, «estamos tratando de hallar otras vías para administrar AIBP de forma sistémica, pero cuando se trata de elegir entre vivir con dolor crónico o recibir una inyección en la médula cada pocos meses, creemos que la mayoría de la gente optaría por la inyección. Según nuestros resultados actuales, AIBP podría ser desarrollada como una terapia para el dolor grave crónico que solo responde a las dosis elevadas de morfina. Así, AIBP podría eliminar la necesidad de opioides y reducir el riesgo de abuso de estos fármacos».

Entonces, ¿puede esperarse que la terapia con AIBP acabará, aun en un futuro, con el uso de opioides? Pues no. como concluye Tony Yaksh, «en ningún caso estamos diciendo que no deberían utilizarse opioides para tratar el dolor crónico o, en particular, el dolor oncológico, lo que sería una tragedia. Pero sería una tragedia aún mayor que no tratáramos de encontrar un sustituto para los opioides sistémicos y reducir su presencia en nuestra sociedad».

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