Científicos del Instituto Scripps de Investigación han identificado con precisión el fragmento del ADN responsable de la predisposición de la población a sufrir una enfermedad cardiovascular

FUENTE: La Razón

 

Cientos de millones de personas en el mundo llevan en su ADN un cóctel que podría ser mortal. Posiblemente, usted que lee estas líneas lo tenga. Yo, que las escribo, es muy probable que también sea portador. Se trata de una combinación de peculiaridades genéticas que predisponen a la enfermedad cardiovascular, al infarto, al aneurisma o al ictus. No importa qué dieta, ejercicio o régimen de prevención sigamos. Los portadores de ese cóctel genético tendremos más probabilidades que el resto de los mortales de sufrir algún episodio cardíaco. Es cierto que, si se detecta dónde reside esa variación de genes, podremos adaptar nuestras vidas (con dieta y ejercicio) para reducir el riesgo... pero no podremos eliminarlo por completo.

De hecho, la enfermedad cardiovascular es una de las principales causas de muerte en la población mundial, independientemente del país, la raza o los hábitos de vida.

Ayer, un equipo de científicos del Instituto Scripps de Investigación anunció un hallazgo mayúsculo para entender qué hay detrás de ese misterio genético al identificar con precisión el fragmento de ADN responsable de esta predisposición al infarto. También han encontrado otros mecanismos que previenen las anormalidades de las células de los vasos sanguíneos que están estrechamente relacionadas con las devastadoras enfermedades cardíacas.

Esta combinación genética que está presente en una increíblemente grande cantidad de ciudadanos del mundo controla una vasta red de genes. De hecho, casi un tercio de todo nuestro genoma está implicado en la enfermedad cardiovascular. En cierta manera, el hallazgo, publicado ayer en la revista «Cell», viene a demostrar que el genoma humano está, en la mayoría de los casos, «diseñado» para que muramos de un infarto o de enfermedades similares.

El trabajo ha demostrado que un gran bloque de ADN, conocido como haplotipo 9p21.3, provoca anormalidades en las células vasculares del músculo liso, unas células que están en los vasos sanguíneos y que en condiciones normales permiten que estos vasos se expandan y se contraigan sin problemas. Estas células, cuando no funcionan bien, no solo dificultan la tarea de expansión de los vasos para que pase la sangre por ellos en condiciones normales de presión, sino que incentivan el desarrollo de placas de ateroma que favorecen la aparición de trombos, isquemias o infartos.

Desde hace décadas, se sabe que el haplotipo 9p21.3 es el factor genético que más influye en el riesgo cardiovascular. Es posible que entre un 15 y un 20 por ciento de los casos de afectación cardíaca se deban a este grupo de genes. Pero, hasta ahora, no se sabía por qué. La ciencia había establecido una relación estadística entre la presencia de ese haplotipo y la enfermedad del corazón. Pero, ¿cuál era el mecanismo de acción? ¿Qué es lo que esos genes producen en nuestro cuerpo para hacernos más propensos a sufrir un infarto?

Ahora, se ha descubierto por primera vez que los portadores de esa carga genética sufren (o sufrimos) un daño en la estabilidad y función de las células presentes en el músculo liso vascular. Es decir, por vez primera se tiene constancia de cuál es el camino que sigue la enfermedad desde su origen genético. «Hemos abierto una vía para intervenir la enfermedad que puede impactar a millones de personas en todo el mundo», declaró Kristin Baldwin, profesora de Scripps y una de las firmantes del trabajo.

La enfermedad cardiovascular, que no es más que un término amplio que engloba docenas de dolencias del aparato circulatorio, es la causa primera de mortalidad en el mundo desarrollado. Cerca de 20 millones de personas fallecen al año por ellas. Muchas de esas muertes son la consecuencia de un proceso que comienza con la aterosclerosis, el desarrollo de placas lípidas en las arterias y las venas que reducen el caudal del riego sanguíneo.

Sabemos que hay factores de riesgo añadido que ponen a algunas personas en peor predisposición para superar el mal: el exceso de colesterol en sangre, la presión sanguínea alta, el tabaquismo, la obesidad o el sedentarismo, son algunas de ellas. Los estudios de los últimos años han añadido también los factores genéticos a esta lista.

Pero confirmar esos factores no era sencillo. El problema es que las variaciones del haplotipo 9p21.3 solo están presentes en los seres humanos, por lo que es difícil hacer investigaciones de laboratorio. Además, esta región del genoma no codifica proteínas fácilmente reconocibles, lo que hace aún más complicado su escrutinio. Tanto es así, que hasta ahora se denominaban estas regiones de ADN como «desiertos genéticos», unas zonas de ardua comprensión y cuya actividad era desdeñada por los científicos.

Para superar estas barreras, los expertos de Scripps han recolectado células de cientos de individuos que portan la modificación genética en cuestión y otros que no. Luego, han reprogramado estas células en laboratorio para reconvertirlas en células madre. Es como si se hubiera atrapado a un delincuente y se le hubiera hecho volver a la infancia para empezar a educarle de nuevo. Una vez reconvertidas en células madre, las de los individuos con alto riesgo cardiovascular mostraron toda su identidad: progenitoras de células musculares más incapaces y débiles. De hecho, cuando se las forzó en laboratorio, se contraían con menos fuerza. Además, se ha encontrado que los genes que regulan esas células dañadas afectan también a otros genes (hasta 3.000), casi un tercio de todo el ADN humano.

Cuando las células son revertidas a su estado de célula madre es más fácil desarrollar en ellas estrategias de edición genética para eliminar sus errores. Es decir, las células productoras de riesgo cardiovascular pueden convertirse en normales.

En principio, esta investigación no ha dado el paso hacia una posible terapia. Simplemente ha demostrado el poder de la edición genética para la investigación de regiones oscuras del ADN que hasta ahora eran inescrutables. En este caso, ha arrojado información vital para conocer por qué millones de personas son más propensos a sufrir un infarto. Las herramientas derivadas de este hallazgo permitirán, en el futuro, reducir el riesgo.

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