Vivir con una mujer después de que alcance la menopausia mejora las probabilidades de supervivencia y la buena salud de los nietos. Se ha demostrado que es una "ventaja evolutiva"

FUENTE: La Razón

 

Somos una de las pocas especies animales que tienen abuelas activas. De hecho, la hembra humana es, precisamente, el ser vivo que mayor grado de supervivencia muestra después de dejar de ser fértil. En muchas especies, entre ellas los primates más cercanos a nosotros, las hembras suelen tener una corta vida después de la menopausia. No es raro encontrar, por ejemplo, animales como los babuinos que prácticamente extienden su edad reproductiva hasta cerca de los 20 o 25 años que están sobre la tierra. Pero la mujer de nuestra especie vive 30, 40, e incluso 50 años de plena salud después de tener su última menstruación. ¿Por qué ocurre esto?

Un equipo de investigadores de la Universidad de Turu se ha propuesto encontrar la respuesta, aunque no es la primera vez que la ciencia se aventura a responder a una pregunta que lleva años abierta. Para ello, se ha decidido a estudiar los registros parroquiales de Finlandia con el objetivo de descubrir si es cierto que la presencia de una mujer en casa después de su menopausia mejora las probabilidades de supervivencia y la buena salud de los nietos.

Los científicos querían comprobar si sigue vigente la llamada «Hipótesis de la abuela», que es una teoría sociobiológica que propone que la existencia de las abuelas en la especie humana constituye una ventaja evolutiva. Según los registros parroquiales, se ha podido establecer que, a lo largo del último siglo y medio, los niños de entre dos y cinco años de edad presentaron un 30 por ciento más de probabilidades de sobrevivir si su abuela estaba viva. Pero si por el contrario la madre de sus progenitores gozaba de mala salud o era muy anciana, las probabilidades se reducían exponencialmente. Es decir, los científicos concluyen que tener una abuela longeva y sana es bueno para nuestra salud.

La idea viene a reforzar otras investigaciones que avalan «la hipótesis de la abuela». Un trabajo del Centro Nacional de Síntesis Evolutiva de Estados Unidos ha comparado el comportamiento reproductor de las mujeres que viven en sociedades primitivas sin acceso a la sanidad moderna (como las de la tribu Kung de África) con el de los mamíferos que son más cercanos genéticamente a nosotros. Este estudio ha demostrado que el declive en la capacidad reproductiva de una humana y de un chimpancé comienza prácticamente a la misma edad. Una mujer puede experimentar su menopausia entre los 40 y los 50 años, pero su capacidad fértil empieza a disminuir mucho antes (incluso décadas antes). En los chimpancés y en la mujer, los primeros síntomas de crisis de fertilidad aparecen a los 30 y muchos años. Por el contrario, en la mayoría de los animales, el declive reproductor corre en paralelo con el de otras funciones vitales. Pero en las mujeres parece que, mientras la capacidad reproductiva se deteriora muy rápido, el resto de las funciones se rigen por un calendario distinto: la vida continúa a todo tren a pesar de la decadencia de la fertilidad.

La explicación

Los científicos han buscado una explicación a este fenómeno. Si la evolución ha dado una mayor supervivencia a las mujeres tras la menopausia y solo a ellas, será por algo. Entonces, ¿qué beneficios aporta en términos egoístamente evolutivos un individuo que no puede engendrar más miembros de la especie? La respuesta es clara: muchos.

Las mujeres mayores que dejan de invertir sus energías en la reproducción pueden invertir esa misma fuerza en otras tareas igual de importantes, o incluso más: el cuidado de los hijos que ya están criados o, lo más importante, el cuidado de los hijos de sus hijos. La ciencia reafirma que la figura de la abuela (casi exclusiva del ser humano) se ha convertido en una ventaja evolutiva de nuestra especie frente a las demás.

Por muchas razones biológicas, nuestras crías nacen más débiles que las del resto. Al caminar erguida, la mujer Homo Sapiens presenta un canal de parto más estrecho. Como nuestra especie tiene un gran volumen cerebral, para poder dar a luz a una criatura que pase por ese canal, ésta debe de ser pequeña, casi sin madurar del todo. De hecho, los humanos criamos fetos inmaduros más que crías (en el resto de animales, los recién nacidos ya casi pueden valerse mínimamente por sí mismos poco después de nacer). Un niño humano inmaduro se beneficia enormemente de haber contado con madres y abuelas que aún están vivas muchos años después de su declive fértil y que ya no tienen que invertir energías en cuidar a otros bebés.

La presencia de tres generaciones en el entorno, además, ha modificado socialmente a la especie. La transmisión de la cultura, del lenguaje y de las redes emocionales son solo algunos ejemplos que saltan a la vista en un primer vistazo. Todo ello es el resultado de un trabajo conjunto entre madres y abuelas. De esta manera, bien puede decirse que somos la especie más inteligente, quizás, porque somos la única que tenemos el privilegio de convivir con nuestras abuelas.

Farmacias abiertas y de urgencia más cercanas