Entre un 2 y un 5% de las personas padecen afantasía, una incapacidad visual para recordar el pasado, imaginar el futuro, e incluso, soñar.

FUENTE: La Razón

Imagina que no pudieras recordar el día de tu boda, ni cuando nació tu hijo; imagina que ni siquiera pudieras visualizarte de vacaciones en la playa, o en cualquier otro entorno que te reporte paz y descanso. Imagina, sencillamente, que no pudieras imaginar. Esa es la “ceguera” de la mente que sienten las personas con afantasía, una condición que implica una falta de toda imagen visual mental. Entre un 2 y un 5% de las personas la padecen, y, según un nuevo estudio publicado en la revista Scientific Reports, en el que han participado más de 250 afectados, también se producen cambios en otros procesos cognitivos importantes. Por ejemplo, las personas con afantasía tienen una reducida habilidad para recordar el pasado, imaginar el futuro, e incluso soñar. “La afantasía desafía algunas de nuestras suposiciones más básicas sobre la mente humana. La mayoría de nosotros asumimos que la imaginería visual es algo que todo el mundo tiene, algo fundamental para la forma en que vemos y nos movemos por el mundo”, explica uno de los autores de esta investigación, Alexei Dawes, candidato al doctorado en la Escuela de Psicología de la University of New South Wales.

Mente “en blanco”

El “ojo” de la mente es el que nos permite crear y reproducir una amplia gama de imágenes multisensonriales. Unas imágenes que no solo son visuales, sino que influyen sobre el tacto, el sabor, el olor, la emoción... Por eso, tener una “mente ciega” impide procesos tan esenciales como recordar una imagen de la playa con todos los sentidos: la sensación de la arena bajo los pies, el olor a sal o el relajante sonido de las olas o de las gaviotas. Los resultados del estudio muestran que el 26% de los participantes registraron esta carencia. “Estos son los primeros datos científicos que tenemos que muestran que existen subtipos potenciales de afantasía”, detalla otro de los autores, Joel Pearson. “Los afantasmas informaron de que sueñan menos a menudo, y los sueños que informan parecen ser menos vívidos y con menos detalles sensoriales. También experimentan recuerdos menos vívidos de su pasado. Esto sugiere que cualquier función cognitiva que implique un componente visual sensorial (ya sea voluntaria o involuntaria) es probable que se reduzca en la afantasía”, argumenta Pearson.

Los híper-fantásticos, el polo opuesto

La cara B de la afantasía se denomina trastorno por ensoñación inadaptada. Más del 90% de la población fantaseamos unos minutos al día, y es algo normal y hasta adaptativo. El problema viene cuando esas fantasías nos impiden vivir la realidad. Hablamos de cuando soñar despierto se convierte en algo obsesivo, que lleva a quienes que lo padecen a pasar innumerables horas inmersos en sus detalladas y complejas fantasías, que son como guiones híper-realistas de una compleja serie que nunca termina. Se trata de una poco frecuente adicción comportamental en la que el sujeto puede emplear más de la mitad de su vigilia en ensoñaciones limitando su vida familiar, social y laboral. La literatura describió esta patología casi dos siglos antes de que lo hiciera la Psiquiatría, en la novela Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll (1865). El origen de este trastorno, que no fue descrito como tal hasta 2002, podría estar en una experiencia traumática sufrida en la infancia, y está asociado con otros como el trastorno límite de personalidad o el disociativo.

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