Desde diciembre de 2013, la epidemia ha afectado a más de 28.000 personas y se ha llevado 11.315 vidas. El virus deja un reguero de lecciones aprendidas.

FUENTE: ABC.

El 23 de marzo de 2014 la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunció al mundo la existencia de un brote de ébola en Guinea. La enfermedad causaba una cifra de muertos que aumentaba de forma vertiginosa. «Se cree que la primera infección se produjo en diciembre de 2013 en el este de Guinea», explica a ABC Tarik Jasarevic, portavoz de la OMS. A partir de ese momento se registraron siete casos en enero, 16 en febrero, 88 en marzo... La enfermedad se extendía no solo dentro del país, sino que traspasaba fronteras. Sierra Leona registraba sus primeros cinco casos ese mayo que luego crecieron a 230 en julio. Liberia (de 2 casos en marzo a 170 en julio), se convertía en parte de esta fatal trinidad de África Occidental que veía llegar la peor epidemia de ébola desde que se descubrió el virus, hace exactamente 40 años. Se trató del brote más grande de la historia por duración, extensión, número de afectados y fallecidos.

Hoy, casi dos años después de que la OMS diera la voz de alarma, anunciará el fin del brote en Liberia (se declaró el fin de la enfermedad el 7 de noviembre de 2015 en Sierra Leona y el 29 de diciembre en Guinea Conakri). Esto significa que han transcurrido 42 días sin que se haya detectado ningún caso.

El balance son 28.637 casos y 11.315 muertos en todo el mundo. «Hay muchas razones por las que este brote fue el peor de la historia. Uno de los principales factores fue que los países afectados tenían sistemas de salud muy déy falta de personal de laboratorio capacitado para diagnosticar la enfermedad», explica Jasarevic. «Avisamos a la comunidad internacional que lo que estaba pasando no tenía precedentes. Empezaron las complicaciones por los rituales de la gente, que trasladaba los cuerpos de sus familiares fallecidos a su lugar de nacimiento, a la vez que los abrazaban y tocaban facilitando el contagio. Otro punto en contra es que llegó rápidamente a capitales como Conakri, Monrovia o Freetown... Empezaron a infectarse médicos que perdieron credibilidad porque no podían luchar contra una enfermedad que apenas conocían», añade Luis Encinas, enfermero de Médico Sin Fronteras que estuvo en la «zona cero» desde el inicio del brote.

Este valiente enfermero echa la mirada atrás y reconoce que se actuó con tardanza. «El sistema de alertas llegó tarde, había poco material y formación. Eso se tradujo en miedo y desconfianza por parte de la gente, porque si el propio experto no tiene respuestas, ¿qué haces? Nadie les había hablado de ébola y empezaron a buscar respuestas desesperadas, como curanderos u optaron por no seguir las medidas de prevención». Encinas coincide con Carolina Nanclares, médico de MSF que estuvo también trabajando sobre el terreno, en que la relación con los pacientes con ébola fue muy difícil. «Teníamos que estar todo el tiempo con el traje puesto y eso distancia mucho. El enfermo está aislado, no puede recibir visitas, nosotros como médicos no podemos acompañar y eso nos provocaba mucha angustia y frustración», recuerda esta médico internista tratando de mantener la compostura mientras habla.

«El ébola nos ganaba»

«El ébola nos puso al límite, lo que queremos como médicos es salvar a los pacientes y esta enfermedad te gana». Para ellos, el brote se podría haber limitado. «Si se hubiesen realizado los esfuerzos correctos esto se hubiera detenido. Siempre que ocurren cosas en lugares lejanos y que afectan a poblaciones vulnerables, la respuesta no es la misma que cuando se producen en Europa o Estados Unidos», añade Nanclares.

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