Si se aplican los tratamientos disponibles y se controlan los grupos vulnerables, lo conseguiría seis años antes de lo previsto por la OMS.

FUENTE: Diario Médico

La Organización Mundial de la Salud (OMS) se ha fijado el horizonte 2030 para eliminar la hepatitis C en el mundo, “pero aquí se logrará seis o siete años antes, calculamos que entre el 2023 y 2024, gracias a los tratamientos tan eficaces con los que contamos y si mejoramos en paralelo la búsqueda activa de pacientes tanto en colectivos vulnerables como en población general”, indica Javier García-Samaniego, jefe de grupo del Ciber de Enfermedades Hepáticas y Digestivas (CiberEHD) en el Hospital La Paz de Madrid y coordinador de la Alianza para la Eliminación de las Hepatitis Víricas en España.

De las hepatitis víricas (VHA, VHB, VHC, VHD y VHE) las A y E se transmiten por vía fecal-oral, sobre todo en países con falta de higiene y aguas contaminadas. “La hepatitis A se transmite de persona a persona sobre todo por la inadecuada higiene de manos o la ingesta de alimentos contaminados. En España la prevalencia es baja, pero en los años 60, por ejemplo, era una enfermedad frecuente porque la mayoría de los niños pasaban la infección de forma asintomática y con gran capacidad de contagio a través de las manos”, explica García- Samaniego.

La mayoría de los casos de hepatitis E en España se derivan de zoonosis y están relacionados con la cabaña porcina principalmente. La infección se transmite a los humanos por comer carne contaminada mal cocinada y puede derivar en una hepatitis aguda. El VHB se transmite por contacto con la sangre o los fluidos corporales de personas infectadas, y sus principales vías de contagio en todo el mundo son perinatal (de la madre al hijo durante el parto), entre niños, por inyecciones y transfusiones o por prácticas sexuales sin protección. La hepatitis C, por su parte, es de ‘transmisión parenteral’, por contacto directo con sangre infectada.

Tratamientos y vacunas

En España, se cuenta con vacunas para la hepatitis B, endémica en la cuenca mediterránea, que se administra a toda la población en recién nacidos desde 1996, y para la A, incluida en Cataluña, Ceuta y Melilla y recomendada en el resto de las comunidades autónomas a grupos de riesgo. La prevalencia de la infección por VHB es baja, de entre el 0,27% y 1,69%.

En el caso de la hepatitis C no se cuenta todavía con vacuna “al tratarse de un virus muy esquivo”, explica Javier García-Samaniego, si bien “los fármacos con los que contamos nos aportan una tasa de curación extraordinaria, de prácticamente el 100%. En 2015, fecha de la aprobación del PEAHC, se estableció una priorización de los tratamientos para los pacientes con fibrosis hepática moderada-avanzada, pero desde 2017 el acceso es universal”. Según los datos de una encuesta del Ministerio de Sanidad, publicada en 2019, la prevalencia de anticuerpos de la VHC es del 0,85% y la prevalencia de infección activa es aún menor gracias a los tratamientos, de un 0,22.

La eliminación definitiva de la enfermedad “descansa en dos patas: la identificación de los colectivos vulnerables y el cribado poblacional en edades de entre 40 y 70 años”, por lo que es fundamental “realizar un seguimiento a los grupos más vulnerables para conseguir la eliminación de la hepatitis C, mucho más necesaria hoy si cabe por las dificultades añadidas como consecuencia de la pandemia covid-19 sobre estos colectivos, difíciles de integrar en un circuito asistencial normal, y por otro lado, un cribado poblacional eficaz, porque 4 de cada 5 casos se dan en mayores de 50 años”.

Para la hepatitis E no existe actualmente tratamiento eficaz ni vacuna. “China ha desarrollado una pero no tiene la autorización de la OMS”, indica el investigador del CiberEHD, “y actualmente tan solo la ribavirina ha demostrado reducir la carga viral en infecciones crónicas en pacientes inmunosuprimidos, por lo que es el fármaco más utilizado”.

Reducciones significativas

En cuanto a la evolución de las hepatitis A y B en España, Ángela Domínguez, investigadora principal del grupo del Ciber de Epidemiología y Salud Pública (CiberESP) en la Universidad de Barcelona y experta en vacunas, indica como clave la introducción de las vacunas para frenar su impacto. “La introducción de la vacuna contra la hepatitis B en los calendarios sistemáticos ha conseguido reducir de manera importante la incidencia de la enfermedad. Aunque solo declaramos casos de enfermedad aguda, podemos ver la reducción de un 71,6%, pasando de una tasa de 2,96 por 100.000 habitantes en 1997 a 0,84 en 2018”.

En el caso de la vacuna antihepatitis A, disponible desde 1995, en nuestro país está recomendada para grupos de riesgo como varones homosexuales, consumidores de drogas, personas con hepatopatías crónicas, trasplantados, personal sanitario que trabaja en entornos de riesgo, viajeros a zonas endémicas y personas que siguen un proceso de adopción internacional en estos países. Los datos muestran, según Ángela Domínguez, “que en España hemos pasado de una incidencia del 4,61 por 100.000 habitantes en 1997 a 3,67 en el 2018, lo que supone una disminución del 20%”.

Asimismo, un estudio con participación del CiberESP realizado en Cataluña, comunidad en la que está incluida esta vacuna en el calendario de vacunaciones sistemáticas, muestra que la incidencia se redujo entre 2005 y 2015 en un 54,3%, pasando de 3,28 por 100.000 habitantes en 2005 a 1,50 en 2015, “si bien la disminución fue mucho más marcada en mujeres que hombres debido a la aparición de brotes en el colectivo homosexual”, precisa Domínguez, “por lo que queda claro que es preciso reforzar la vacunación en grupos de riesgo sea cual sea la estrategia de vacunación adoptada (universal o de colectivos de riesgo exclusivamente)”.

Existe actualmente acuerdo entre los expertos de que la eliminación de la hepatitis B es posible gracias a la vacunación, si bien este objetivo requiere elevadas coberturas durante muchas generaciones (afortunadamente las coberturas son muy elevadas en España, de un 98,2% en el año 2018).

Según la investigadora del CiberESP, “nuestras vacunas son altamente efectivas y la estrategia es adecuada para poder eliminar la transmisión del virus de la B en personas inmunocompetentes”.

Si bien la vacuna es muy efectiva y se administra en el primer año de vida en todas las autonomías, los investigadores del CiberESP de la Universidad de Barcelona publicaron en 2019 un estudio para conocer, 21 años después su implantación, la efectividad del programa de vacunación en preadolescentes en Cataluña que se había iniciado en 1991. La tasa de incidencia de la hepatitis B fue de 4,1 por 100.000 personas-año en la cohorte no vacunada y de 0,03 en la cohorte vacunada, demostrando una efectividad del programa de vacunación del 99,30%.

La prioridad de los grupos de riesgo

Tanto Javier García-Samaniego como Ángela Domínguez coinciden en que hay que seguir administrando la vacuna de la hepatitis B sistemáticamente a todos los niños en el primer año de vida y a todos los grupos de riesgo que no estén inmunizados tengan la edad que tengan. En estos grupos deberían incluirse personas con insuficiencia renal o hemodiálisis, con hepatopatías crónicas, en programas de trasplante de órgano sólido, pacientes con VIH, con enfermedades de transmisión sexual, con enfermedad inflamatoria intestinal, receptores habituales de hemoderivados y que reciben tratamientos inmunodepresores).

Asimismo, deben vacunarse personas que por su profesión tengan riesgo de infectarse (sanitarios, bomberos, forenses, personal de limpieza, trabajadores de prisiones, personas que practican técnicas invasivas como acupuntura, piercings, tatuajes; trabajadores del sexo) y personas con prácticas sexuales de riesgo, usuarios de drogas parenterales y viajeros internacionales. Las personas que viajan al extranjero, sobre todo a países de riesgo, “deberían vacunarse siempre contra la hepatitis A y B, y así se lo indicarán en los Centros de Vacunación Internacional”, indica Javier García-Samaniego.

La hepatitis A se distribuye por todo el mundo, pero es más habitual allí donde las condiciones sanitarias son deficientes y la seguridad del agua no está bien controlada. La hepatitis B también se distribuye por todo el mundo, pero con diferentes niveles de riesgo. En algunas zonas de América del Norte, en el norte y el oeste de Europa, el Cono Sur de América del Sur, Australia y Nueva Zelanda, la prevalencia de la infección crónica es relativamente baja (menos del 2% de la población general).

El futuro de la investigación

Respecto al futuro de la investigación en vacunas, Ángela Domínguez considera que en el caso de la hepatitis B “debemos centrar los esfuerzos en aumentar la protección de personas que padecen enfermedades inmunosupresoras y que no responden adecuadamente a las vacunas actuales mediante la adición de nuevos adyuvantes, en disminuir el número de dosis requerido para alcanzar la protección adecuada, y en proporcionar protección frente a posibles virus mutantes”.

También la hepatitis A se considera una enfermedad potencialmente eliminable gracias a la vacunación, pero no existe un consenso científico y epidemiológico de que se pueda generalizar la vacunación por sus costes y factibilidad. Si bien en China se utiliza una vacuna atenuada desde 2008, las vacunas inactivadas se emplean de manera mucho más amplia y tienen una efectividad muy elevada. Un estudio realizado en Cataluña, donde se introdujo la vacunación sistemática de los preadolescentes a finales de 1998, mostró una efectividad de dicho programa para prevenir casos de hepatitis A del 99,04%, por lo que “no se plantea la necesidad de nuevas vacunas, si bien se está explorando el desarrollo de otras como por ejemplo las recombinantes”.

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