Desde que se declaró la pandemia de coronavirus en todo el mundo, la ciencia ha constatado que el uso de las mascarillas es esencial para evitar que las personas que estén contagiadas lo propaguen, de ahí que los Gobiernos recomienden o impongan de forma obligatoria, en muchos casos, su utilización. Ahora, un nuevo estudio realizado en EE UU ha concluido además que usar mascarillas no solo reduce la carga viral a la que una persona estaría expuesta, sino que además, de contagiarse, la Covid se manifestaría de forma más leve o incluso asintomática.

En un artículo publicado recientemente en la revista especializada Journal of General Internal Medicine, los doctores Monica Gandhi y Eric Goosby, de la Universidad de California, y el doctor Chris Beyrer, de la Universidad Johns Hopkins, defienden esta teoría al comparar diversas situaciones en las que varios grupos utilizaron o dejaron de utilizar mascarillas y la relación que ese acto guarda con la carga viral y el tipo de infección leve o asintomática.

Según explican, "las mascarillas, según el tipo, filtran la mayoría de las partículas virales, pero no todas". Por este motivo, indican que si bien las infecciones asintomáticas pueden ser perjudiciales para la propagación del virus, también serían beneficiosas si dan lugar a tasas más altas de exposición, ya que "exponer a la sociedad al SARS-CoV-2 sin las consecuencias inaceptables de una enfermedad grave con el uso de mascarillas podría conducir a una mayor inmunidad a nivel comunitario y una propagación más lenta mientras esperamos una vacuna", sostienen.

La perspectiva mostrada por estos investigadores describe un enfoque único sobre por qué el uso generalizado de las mascarillas durante la pandemia de la Covid-19 "debería ser uno de los pilares más importantes del control de enfermedades". Según indican, "ninguna perspectiva anterior se ha centrado específicamente en este vínculo entre las mascarillas faciales en la población, la carga viral y el aumento de las tasas de infección asintomática con SARS-CoV-2".

Los tres doctores sustentan este estudio en tres cúmulos de evidencia: virológica, epidemiológica y ecológica, que vendrían a constatar su teoría. El primer punto se refiere a las partículas virales que una mascarilla es capaz de filtrar. Para ello han tenido en cuenta un experimento realizado en hámsters, que fueron separaron con una pared divisoria hecha del material de una mascarilla quirúrgica, y no solo demostró que los animales protegidos estaban menos expuestos a la infección, sino que los que se contagiaron manifestaron síntomas leves.

En cuanto a la evidencia epidemiológica, los investigadores asocian los altos índices de mortalidad vistos al inicio de la pandemia con la intensa exposición a altas cargas virales antes de que se generalizase el uso de las mascarillas.

En tercer lugar, la evidencia ecológica viene respaldada por una investigación que indica que aquellos países y regiones ya acostumbrados a emplear la mascarilla para el control de las infecciones, como Japón, Hong Kong, Singapur, Tailandia o Corea del Sur, no han padecido esta enfermedad de forma tan severa y mortal.