El equipo de Vicente Larraga comienza con la última fase de experimentación en roedores. En un mes tendrán los resultados.

FUENTE: La Razón

“Proteger de la infección por el SARS-CoV-2 a los ratones modificados genéticamente con el receptor humano del virus”. Ese es el objetivo que se ha marcado el equipo dirigido por Vicente Larraga, científico del Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas (CIB-CSIC), y que comienza ahora la fase de experimentación clave. Hemos dejado crecer a los ratones para que tengan un sistema inmune de una edad similar a la mayoría de los enfermos. Los resultados estarán en un mes”, avanza el Dr. Larraga a este periódico.

Es la parte del experimento más importante porque en ver de trabajar con prisas, que también, están simulando en roedores de laboratorio que tienen receptores humanos ACE2 cómo protegería la vacuna contra el virus que causa la Covid-19 y que utiliza el procedimiento similar al de la vacuna de la leishmaniosis: una vacuna basada en ADN recombinante, que introduce, en vez del patógeno atenuado, una proteína purificada correspondiente a un antígeno del virus que induzca protección frente a la infección por él mismo.

“Los ratones de laboratorio proceden de Estados Unidos. Lo que hemos hecho es esperar a que crezcan porque a las 10 semanas ya alcanzan un sistema inmune simular al de un humano con 40 años y a las 11 sería equivalente a la de un adulto de 50 años”. Esto es importante porque el sistema inmune, cuando se es joven, es una importante barrera frente a los virus, “a los 40 estás aparentemente igual pero ya te han afectado más los antígenos”, explica.

“Vamos a probar en estos ratones dos experimentos con la proteína S de la superficie del virus. Una de ellas “estabilizada”. Es decir, menos sensible a la degradación por proteasas. Y la otra es si modificar (“nativa”). Es decir, tal y como está en la superficie del virus”, precisa el investigador.

Además, “hemos hecho experimentos complementarios de dosis diferentes para comprobar cuáles son las dosis mínimas que inducen a la activación del sistema inmune, algo que se comprueba en la fase II con humanos, pero que nos permite tener datos previos. También hemos probado con distintas vías de administración: intramuscular y nasal”. Unos experimentos que se llevan a cabo en el Centro de Investigación en Sanidad Animal del Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias (CISA-INIA).

Si los resultados son óptimos, esto supondría un paso de gigante. Ya que en la actualidad las vacunas que se están probando con voluntarios son en mayores de 18 pero menores de 60. Y conseguir que la vacuna sea más seguras en personas de mayor edad, acercaría por tanto la fase en la que empiecen a probarse las vacunas con personas mayores que son las que tienen más riesgo y más complicaciones en caso de contagiarse.

Pero pase lo que pase, todos estos datos hay que analizarlos en detalle, un proceso que puede llevar mínimo “entre dos y tres semanas, y con mucho trabajo”. A continuación, el siguiente paso sería informar a la Agencia Española del Medicamento y solicitar empezar a trabajar en la fase I antes de fin de año, es decir, toda la planificación previa para comenzar con los ensayos en humanos.

“Si todo sale bien, y la Agencia Española del Medicamento nos da la autorización, es decir, si nuestra vacuna protege a los ratones frente al virus en un porcentaje alto, lo normal sería que pudiéramos empezar a principio de año los ensayos de vacuna en humanos”.

De este modo, el equipo de Larraga va acorde a los tiempos que se marcó meses atrás pese a empezar más tarde con su investigación que otros equipos científicos del CSIC que también están trabajando en encontrar la vacuna que ponga coto al SARS-CoV-2, gracias a que el proceso de escalado industrial ya se ha realizado previamente en una vacuna contra la leishmaniosis canina que ya estaba en fase 4.

En lugar de introducir el antígeno, “lo que hacemos es obtener el gen, que es el responsable de la producción de ese antígeno. Eso se pone en un plásmido, que es una molécula artificial circular de ADN, que cuando se introduce en una célula hace que el gen que tú quieres vaya hasta el genoma de la célula receptora, lo incorpore y produzca la proteína -que normalmente es un antígeno protector- y que sea reconocido por el sistema inmune del huésped. Eso es lo que lleva a la protección cuando llega la infección verdadera”.

Habitualmente las vacunas se hacen con organismos con su capacidad infectiva reducida o se purifican parcialmente o incluso se purifica una proteína y eso es lo que se introduce en la persona para que induzca la protección. “Nosotros en lugar de hacer eso tomamos el gen correspondiente al antígeno, no la proteína, y lo ponemos en un vehículo que también es ADN y eso lo inyectamos en una célula. Esta absorbe el material genético, lo incorpora y produce la proteína como si fuera propia por su maquinaria propia. E induce a una protección normalmente bastante más rápida y mejor. El resultado es el mismo se producen anticuerpos que están esperando al virus cuando entre. Y tiene ventajas. Hay pocas vacunas de ADN todavía funcionando pero tienen la ventaja de que el ADN es una molécula muy dura en sentido físico, no necesitan la cadena de frío y eso te da ventaja cuando trabajas con vacunas y normalmente funcionan bastante bien”, tal y como explicó en su día Larraga a este periódico. Pues bien, entonces, que era finales de abril, el científico del Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas confiaba en tener “vehículo que funcionara para el otoño”. Un objetivo que está a un paso de ser realidad.

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