Hasta el 90% de los ictus se pueden prevenir modificando el estilo de vida

FUENTE: ABC

Uno de cada cuatro adultos mayores de 25 años sufrirá un ictus a lo largo de su vida. En España, según datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN), unas 110.000 personas tienen este accidente cerebrovascular cada año, de las que al menos un 15% fallecerán y, entre los supervivientes, en torno a un 30% se quedará en situación de dependencia funcional. El ictus es ya la segunda causa de muerte en la población española (la primera en mujeres), la primera causa de discapacidad adquirida en el adulto y la segunda de demencia, por detrás del alzhéimer. A pesar de su alta prevalencia, todavía mucha gente no sabe cuáles son las señales de alarma del accidente cerebrovascular, una información vital ya que la evolución y pronóstico de esta enfermedad dependen del tiempo en que se tarde en revertir la situación.

Lo primero es entender qué pasa en nuestro cuerpo cuando sufrimos un ictus. «Es una enfermedad que se origina por un trastorno brusco de la circulación sanguínea en una zona del cerebro. Cuando la sangre no llega, esa zona pierde su función. Hay cosas que el cuerpo no puede hacer y esos son los síntomas», explica a ABC la doctora María Alonso de Leciñana, neuróloga y coordinadora del Grupo de Estudio de Enfermedades Cerbrovasculares de la Sociedad Española de Neurología. Existen dos tipos de ictus: el infarto cerebral o ictus isquémico que se produce porque un coágulo tapa una arteria y la sangre no puede fluir; y la hemorragia cerebral o ictus hemorrágico que aparece cuando el vaso sanguínero se rompe y la sangre se derrama en el cerebro. Ambos comparten los mismos síntomas. Solo con que aparezca uno de ellos, hay que llamar al 112:

  • Pérdida de fuerza o de sensibilidad repentina de la cara, brazo y/o pierna de un lado del cuerpo.
  • Alteración repentina del habla con dificultad para expresarse o para entender lo que se nos dice.
  • La pérdida súbita de visión parcial o total en uno o ambos ojos.
  • Dolor de cabeza súbito de intensidad inhabitual y sin causa aparente.
  • Dificultad para caminar, mareos, pérdida del equilibrio.

Aunque hay ictus muy graves en los que también se ve alterado el nivel de consciencia, en general el paciente nota estas señales. A veces, también puede pasar que, aunque no llegue a perder la consciencia, se afecte una zona del cerebro que se encarga de la percepción y el paciente no se dé cuenta de lo que pasa. «Pero estas señales sí van a ser muy manifiestas para el que está enfrente. Por eso es muy importante que las personas que lo rodean sepan cuáles son los síntomas», apunta la doctora Alonso de Leciñana.

Una vez que hemos detectado que nosotros o alguien cercano puede estar sufriendo un ictus, hay que llamar al 112 sin perder tiempo, incluso si los síntomas han desaparecido. «Cuando el cerebro deja de recibir el aporte de sangre, deja de funcionar y cada segundo que pasa muere tejido cerebral. Cuanto antes solicitemos atención médica menor será el daño y mayores las posibilidades de recuperarnos sin secuelas», asegura la neuróloga. Es importante llamar al 112 y no ir al hospital por nuestro propio pie porque el ictus «es complejo de diagnosticar y tratar y los servicios de urgencia saben a qué hospital hay que llevar al paciente». «Activan el Código Ictus y les llega aviso a los neurólogos de ese centro para que pongan en marcha todo el mecanismo ante de que llegue el paciente», explica la doctora.

Prevención

La buena noticia es que es una enfermedad que hasta en el 90% de los casos se puede prevenir. Controlar los factores de riesgo está en nuestra mano: «No fumar, no beber alcohol, evitar el sobrepeso, seguir una dieta mediterránea suplementada con aceite de oliva y frutos secos, reduciendo al máximo el consumo de sal, azúcar, grasas y ultraprocesados; practicar ejercicio moderado, como caminar 30 minutos al día, y evitar el estrés crónico nos ponen en una mejor situación de salud para reducir el riesgo», recomienda la neuróloga de la SEN.

Es importante someterse a chequeos periódicos para detectar y tratar otras enfermedades que pueden aumentar las probabilidades de tener un ictus, como la hipertensión, la diabetes, el colesterol y algunas enfermedades de corazón, como las arritmias cardiacas. Además, haber sufrido ya un accidente cerebrovascular es un factor de riesgo para tener otro, por lo que estos pacientes tienen que tomarse muy en serio los cambios en su estilo de vida.

La edad también juega un papel clave. Cuanto más anciano, mayor probabilidad de sufrir un ictus, aunque aproximadamente un tercio de los pacientes tienen menos de 65 años y un 8% está por debajo de los 50 años. «Hay que empezar a cuidarse desde joven para prevenir la enfermedad, aunque nunca es tarde para mejorar hábitos», asegura la doctora Alonso de Leciñana. Esta experta afirma que las causas en gente joven pueden tener que ver con una predisposición congénita o con malos hábitos de vida como el consumo de drogas. «Incluso cuando haya una predisposición congénita, llevar hábitos de vida saludable va a disminuir el riesgo», concluye la neuróloga.

 

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