Científicos demuestran que los padres cariñosos con su actitud son capaces de inducir cambios anatómicos positivos en sus hijos

FUENTE. La Razón

Los más recientes estudios, en especial los de neuroimagen, revelan que las manifestaciones de cariño a los niños desde que nacen, en sus múltiples formas (suaves achuchones y abrazos, besos, palabras dulces, interaccionar con el bebé con la sonrisa y demás gestos agradables del rostro) son tan importantes para el óptimo desarrollo del pequeño como una nutrición sana, un sueño plácido y los controles periódicos al pediatra. Se ha demostrado, por ejemplo, que los niños que viven en un ambiente familiar favorable, frente a los niños institucionalizados y/o con carencias afectivas, poseen un mayor equilibrio emocional, son más altos al dormir mejor y, por lo mismo, segregan más hormona del crecimiento (GH), tienen un mayor rendimiento escolar y gozan de un desarrollo más saludable en general.

Un grupo de científicos de la universidad de Washington (EE UU) ha demostrado en una investigación que los padres cariñosos con su actitud son capaces de inducir cambios anatómicos positivos en sus hijos, en concreto en un área del cerebro como es el hipocampo, una estructura alojada profundamente en el lóbulo temporal de cada corteza cerebral y forma parte de la región cortical, implicada en el aprendizaje, la memoria y las emociones. Tiene asimismo una función relevante en la respuesta emocional al estrés.

En este estudio, con una muestra estadísticamente significativa de niños, se analizaron los modelos de relación madre e hijo tras situarles en situación de estrés y se practicaron escáneres cerebrales a los pequeños, que se repitieron al cabo de cuatro años. Las neuroimágenes mostraron que los niños cuidados por madres pacientes y explícitamente cariñosas habían desarrollado la región del hipocampo un 10% más que los niños con madres poco afectuosas.

Este estudio justifica la importancia del contacto directo, interactivo y de amor entre padres e hijos, y muy especialmente en los primeros años de la vida, que es cuando se produce un gran desarrollo cerebral, sino también de sus capacidades, habilidades, hábitos adaptativos y personalidad. La vertiginosa y acelerada sociedad en que vivimos no facilita mucho el dedicar el máximo número de horas a los hijos. Pero los expertos inciden en que la sociedad, las leyes y las empresas deben hacer lo posible para mejor conciliar la vida familiar y la laboral.

Las anteriores conclusiones ponen de manifiesto que los niños institucionalizados en orfanatos o que van de casa en casa o que, por las razones que sean, no se sienten queridos, suelen ser más bajos de talla, tienen una personalidad mucho más compleja en la edad adulta, sufren problemas de aprendizaje y pueden experimentar desequilibrios emocionales. Cuando las carencias afectivas en la infancia han sido de suma gravedad pueden convertirse en criminales en la adulted.

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