Seguimos descubriendo la historia de las vacunas y su repercusión en nuestra sociedad con el tercer post de la serie ‘Las vacunas salvan vidas’

Tras los artículos de blog sobre vacunas frente a la viruela y rabia y el cólera y la difteria, hoy nos adentramos en la historia y origen de las vacunas frente a la fiebre amarilla y la poliomielitis.

 

El virus de la fiebre amarilla

Los primeros brotes de fiebre amarilla confirmados tuvieron lugar en las colonias americanas de Charleston, Virginia, Filadelfia y Pennsylvania en 1699. A pesar de que los periodistas de la época informaban de que pocas casas estaban libres de la enfermedad, no fue hasta 1793 cuando aproximadamente el 10% de la población se vio afectada y falleció. En un primer momento, los colonizadores señalaron a los barcos procedentes de las Indias occidentales como introductores de la enfermedad hasta que, allá por el año 1900, se relacionó a los mosquitos como vectores de la transmisión de la fiebre amarilla.

El médico Max Theiler, cuando trabajaba en el Departamento Tropical de la Facultad de Medicina de Harvard y en colaboración con algunos de sus compañeros, demostró que la causa de la fiebre amarilla se trataba de un virus y no de una bacteria, como se pensaba hasta ese momento; y reveló que podía ser transmitido a ratones. Tres años más tarde, Theiler se unió a la Fundación Rockefeller de Nueva York, donde ascendería a director y cuya misión se basaba en atajar el problema de la fiebre amarilla. De hecho, trabajó con un grupo de investigadores en la vacuna y, tras recuperar una investigación previa, pudo desarrollarla finalmente en 1936. Además, comprobó una mutación en el virus atenuado para crear una nueva cepa (17D) más eficaz; en concreto, la vacuna 17D (17D-204, 17DD y 17D-2013) se fabrica a partir de huevos embrionados de gallina por 6 fabricantes: Brasil, Senegal, Rusia, Francia, China y EE.UU.

La vacuna contra la fiebre amarilla brinda inmunidad en menos de una semana y una protección que, en la mayoría de los casos, es para toda la vida. Desde su descubrimiento ha sido administrada a más de 650 millones de personas y, actualmente, se vacuna a personas en zonas endémicas y se recomienda a aquellas personas que viajan a regiones donde el virus está propagado. A pesar de esto, la enfermedad sigue sin estar controlada y se estima que causa entre 78.000-180.000 fallecimientos anuales.

 

Poliomielitis

El primer caso documentado se remonta al Antiguo Egipto, donde una momia de un sacerdote presenta un pie deformado que encaja con las secuelas de la enfermedad. Alrededor de 1893 apareció el primer brote epidémico en la isla de Santa Elena y, poco a poco, se extendió a Europa, Norteamérica y Australia.

A principios del siglo XX, la enfermedad de la poliomielitis causó grandes estragos durante los meses más calurosos y, cada cierto tiempo, arrasaba ciudades enteras. Si bien muchas personas se recuperaban, muchas otras quedaban con secuelas.

La creación de la vacuna comenzó de la mano del médico inglés Michael Underwood, quien en 1789 descubrió que la enfermedad provocaba debilidad en las extremidades. Años después, en 1908, Erwin Popper y Karl Landsteiner averiguaron el agente causante y lo aislaron; mientras que en 1931 el biólogo Frank M. Burnet y el médico Jean Macnamara identificaron las tres variantes del virus.

En 1947, la Fundación Nacional estadounidense para la Parálisis Infantil le propuso a Jonas Salk, un microbiólogo neoyorkino, investigar para frenar la polio. Él estaba muy concienciado debido a las numerosas muertes que producía el virus y, tras 8 años, en 1955, la vacuna terminó de desarrollarse. La vacuna era inyectable, efectiva y segura; y contenía las tres variantes del virus que, una vez se administraba en personas, estas no desarrollaban la enfermedad, pero sí podían ser portadores.

Debido a que Salk no patentó su invento, la vacunación masiva comenzó enseguida. Además, gracias a artistas de renombre como Elvis Presley, a quien durante el afamado Show de Ed Sullivan de la CBS le pusieron la vacuna de la polio en directo para concienciar a la población, la incidencia de la enfermedad descendió drásticamente.

Más adelante, Albert Sabin desarrolló una vacuna más eficaz que se administra en forma de jarabe administrando 2 gotas; además de presentar la ventaja de que las personas vacunadas, aparte de desarrollar inmunidad frente al virus, tampoco son portadoras de la enfermedad. Sea como fuere, el último caso en España por un virus salvaje autóctono ocurrió en 1988.

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