Autora: María Gil

Existe una clara asociación entre las relaciones sociales y la reserva cognitiva, pues influyen en nuestro bienestar y sensación de autonomía y de pertenencia a un grupo. Por el contrario, la soledad se relaciona con hostilidad, sedentarismo y malnutrición. De este modo, el mantenimiento de las relaciones sociales de calidad y en cantidad adecuada ayuda en la prevención de enfermedades como la depresión o la ansiedad, las cuales están vinculadas con la demencia.

Cabe destacar que la soledad es un sentimiento subjetivo, por lo que a menudo se recurre al concepto de «conexión social», el cual se refiere a una condición más objetiva que incluye número, diversidad y frecuencia de las relaciones. En la mayoría de las ocasiones, es más el “significado” de esas relaciones sociales que el número o la frecuencia lo que determina la sensación de soledad, posiblemente porque la falta de sentido en nuestras relaciones sociales puede surgir o agravarse por una falta de sentido en otros ámbitos de la vida.

Debido a que las personas mayores son un grupo especialmente vulnerable ante la COVID-19, las medidas de control de la propagación de la infección han sido más restrictivas en este colectivo. Sin embargo, la prevención a través del distanciamiento social puede tener efectos negativos sobre la salud de los mayores en términos de soledad, fragilidad, afectación del estado emocional e inactividad física, lo cual tiene una repercusión en su estado cognitivo.

De acuerdo con el informe “Situación de los pacientes con demencia tras el confinamiento por COVID-19” elaborado por la Sociedad Española de Neurología (SEN), el 99% de los neurólogos españoles consultados, considera que el estado cognitivo y funcional de sus pacientes ha empeorado tras el confinamiento. Aunque este empeoramiento se ha visto sobre todo reflejado en aquellos pacientes con demencia moderada o leve, también ha podido acelerar la aparición de nuevos casos de procesos neurodegenerativos, ya que se ha observado un aumento de los casos de nuevo diagnóstico de deterioro cognitivo durante los meses posteriores a marzo de 2020.

Entre los síntomas conductuales más frecuentes durante el confinamiento, en el informe se destacan los siguientes: irritabilidad (69%), ansiedad (41%), trastornos del sueño (38,5%), agresividad (36%), delirios (30%) y depresión (23%). Los neurólogos coinciden en que este empeoramiento de los pacientes se ha debido principalmente a la interrupción de paseos y otras actividades físicas (93%), la reducción de las actividades de estimulación cognitiva (88%) y la limitación del contacto familiar y social (85,5%).

Asimismo, según un estudio publicado en la revista Frontiers Neurology y realizado por el Servicio de Neurología del Hospital del Mar y el Grupo de investigación en Neurofuncionalidad y Lenguaje del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM-Hospital del Mar), 6 de cada 10 pacientes con diferentes estados de demencia presentaba un empeoramiento con respecto a su situación antes de la pandemia por COVID-19.

Los investigadores destacan que el confinamiento domiciliario durante el estado de alarma ha causado un empeoramiento significativo en estos pacientes, especialmente en materia de depresión, ansiedad, agitación y pérdida de apetito. Se atribuye a factores como la reducción de las relaciones sociales, de los ejercicios de estimulación cognitiva o de la actividad física. Esto es debido a que durante este periodo de tiempo los pacientes dejaron de acudir a reuniones sociales en los centros de día o con sus familiares, tampoco pudieron continuar con las actividades desarrolladas en los centros especializados para favorecer la estimulación cognitiva y se trató de evitar, o al menos limitar, ciertas actividades diarias como ir a la compra o a la farmacia que les proporcionaban una sensación de autonomía e independencia.

El hecho de haber desarrollado algunos pacientes más síntomas afectivos que psicóticos durante el confinamiento también refleja la influencia del sentimiento de soledad y abandono, especialmente en aquellos que no disponían de familia o amigos cercanos.

Por otro lado, muchos pacientes con demencia tuvieron que desplazarse al domicilio de sus familiares durante este periodo por presentar dependencia para ciertas actividades del día a día y requerir de mayor atención. Además, estos pacientes son más frágiles y vulnerables a los cambios y a menudo necesitan de un periodo de adaptación. Como consecuencia, también tuvo lugar una sobrecarga de trabajo y estrés para los cuidadores.

Según informa la Organización Mundial de la Salud (OMS), ha habido un incremento de las tasas de ansiedad en la población en el contexto de la pandemia por COVID-19. Advierte, además, de un probable aumento de las enfermedades mentales, pues el duelo, el aislamiento, los cambios de hábitos, el miedo o la incertidumbre están teniendo una repercusión sobre la salud mental.

Por tanto, es muy importante para nuestro autocuidado fomentar las relaciones sociales para asegurar un buen desarrollo cognitivo. En este sentido, se requiere de la implantación de medidas adicionales para la detección precoz y el seguimiento de estos pacientes, así como de intervenciones preventivas, de rehabilitación o paliativas.

Actualmente, además de haber retomado el contacto social y las actividades de estimulación cognitiva de forma presencial con las medidas de seguridad pertinentes, se plantea una alternativa vía telemática. En este sentido, las videollamadas y los juegos o tareas mediante dispositivos digitales no sólo ayudan a mantener la función cognitiva por favorecer las relaciones sociales y los ejercicios para la memoria respectivamente, sino que el uso de la tecnología podría tener también un efecto protector sobre la demencia, especialmente en pacientes en estados iniciales de deterioro cognitivo.

 

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