El 'corta y pega' genético, hito científico de 2015 según la revista Science

FUENTE: El MUNDO.

Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier son las mujeres del momento en el mundo de la ciencia. Tras la publicación de su investigación sobre la tecnología CRISPR-Cas9 en 2012, el llamado corta y pega genético que permite la edición de secuencias de ADN de forma sencilla y barata, sus vidas se han convertido en un bucle de entrevistas, premios y debates científicos en torno a las enormes oportunidades que permite este método de manipulación genética. Doudna y Charpentier, cuyos nombres se oyen ya como posibles ganadoras del Nobel, han dejado momentáneamente las batas de laboratorio para prestar atención a todo el revuelo mediático que causan las potenciales aplicaciones del CRISPR-Cas9, que no solo podría aplicarse a la cura de enfermedades genéticas, sino que incluso podría abrir la puerta a modificar embriones o recuperar especies extintas.

La cafetería del lujoso hotel St. James & Albany de París, donde tiene lugar nuestra cita, es un enjambre de periodistas. Charpentier y Doudna pasan de unos a otros como en un encuentro de citas rápidas, barajando los tiempos con estricta severidad. «CRISPR-Cas9 nos permite hacer cambios precisos en el código genético, hasta tal punto que podemos cambiar hasta una sola letra del ADN de las células humanas. Esto ofrece una oportunidad importante para el control genético en sistemas vivos», asegura Doudna.

Los millones que esta tecnología puede generar han abierto una guerra de patentes entre la Universidad de California en Berkeley, donde Doudna y Charpentier desarrollaron su investigación, y el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), donde trabaja el bioquímico Feng Zhang. Zhang registró en 2013 la patente del CRISPR basándose en la publicación en mayo de 2013 de su trabajo. Éste iba un paso más allá del dúo de científicas, aplicando la tecnología en organismos superiores, no solo en bacterias como habían hecho ellas. Ambas intentan mantenerse al margen del litigio, pero parecen tener tan claras sus posibilidades de vencer como de ganar el Nobel. No lo dicen, pero tampoco disimulan ni juegan la carta de la falsa humildad. El año pasado ya recibieron el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica, y saben que tienen entre manos una de las investigaciones más revolucionarias de los últimos años.

También en ese camino de premios y reconocimientos sobre el CRISPR-Cas9 se quedaron otros muchos científicos que ayudaron a conformar las piezas del puzle. El primero, según un artículo de la revista Cell publicado a principios de este año bajo el título Los héroes del CRISPR, es el microbiólogo alicantino Francisco Mojica, el primero en dar con éstas secuencias de ADN a finales de los 90. Mojica ha quedado en un segundo plano frente a las dos científicas, que reconocen su influencia. «Ha tenido una influencia como tantos otros», según comenta Charpentier con una ligera sonrisa. «No me corresponde a mí comentar a las personas que deberían tener el premio», añade. «Todos tuvieron un rol importante en el desarrollo de la investigación, pero es difícil asegurar que la contribución de todo el mundo se reconoce como debería», señala por su parte Doudna.

Una de las conversaciones más controvertidas en torno a las posibles aplicaciones del CRISPR-Cas9 es la modificación genética en embriones. «Aún no entendemos suficiente sobre nuestro propio ADN y sobre el genoma humano como para hacer cambios genéticos que afecten al potencial biológico. Creo que debemos aceptar que el genoma humano es un trozo de información muy complejo que aún estamos estudiando. Esto limita la habilidad de aplicar cualquier tipo de mejoras, incluso si quisiéramos hacerlo».

Charpentier, por su parte, rechaza de manera tajante la idea de que pudiera aplicarse el CRISPR-Cas9 para crear bebés de diseño: «Personalmente tengo problemas éticos con la utilización de la tecnología en ese sentido. La idea no es hacer humanos transformados, sino tratar pacientes». La científica francesa espera que las investigaciones ahora vayan dirigidas exclusivamente a la aplicación clínica. «Esta tecnología es revolucionaria por la posibilidad de descubrir mecanismos que puedan ser interesantes en nuevos procesos terapéuticos, desarrollar modelos de enfermedades o sistemas de validación de medicamentos».

Ambas confían en que las aplicaciones del CRISPR-Cas9 empiecen a verse en un futuro próximo, ya que en tan sólo cuatro años desde la publicación de la investigación se han podido ver ejemplos de la tecnología en animales para corregir mutaciones que causan enfermedades como la distrofia muscular. «Creo que veremos ensayos clínicos con esta tecnología en un año o dos», apunta Jennifer Doudna.

Una de las posibilidades que más atrae a la americana es la corrección genética en plantas que les ayude a enfrentar problemas ambientales derivados del cambio climático. Además, ella misma está trabajando en un grupo de investigación en San Francisco que ha tratado de recrear algunas especies de pájaros que ya no viven mediante edición genética. «Los experimentos están progresando», explica Doudna, «Esto ofrece el potencial de aprender realmente más sobre la genética evolutiva. Te doy otro ejemplo: el olmo holandés, un enorme árbol que crecía en Norte América pero que desapareció por un hongo llegado de Asia al cual no tenía resistencia. Ahora, nos preguntamos si podríamos recuperar esta especie pero de una forma en la que quede genéticamente protegida de este tipo de ataques».

En cuanto a los debates bioéticos provocados por esta tecnología, Doudna mantiene la mente abierta: «Es importante que discutamos con el público para hacerles ver cómo podríamos usarla en el futuro y decidir si su uso en embriones humanos es algo que queremos hacer o no. No sé cuál es la respuesta correcta».
Por la visibilidad de las mujeres en la ciencia

Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna han sido laureadas en París con el premio Women in Science, que otorgan la UNESCO y L'Oréal a cinco científicas de prestigiosa trayectoria. Junto a ellas, otras 236 jóvenes investigadoras de todo el mundo son becadas. La intención es dar visibilidad internacional y ofrecer un apoyo económico a científicas, en un sector donde tan solo el 30% de los trabajadores son mujeres. Por eso, ambas instituciones pidan este año «un cambio en las cifras». «Se puede hacer más para fortalecer la capacidad de las mujeres científicas y empoderarlas en puestos de decisión y alto nivel», apunta Flavia Schlegel, de la UNESCO. «Cuando empecé mis estudios, nunca pensé en mí misma como una mujer o una chica científica, simplemente como un científico más», defiende Doudna. M.d.v.

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