La cobertura mundial de estos productos biológicos se ha estancado en los últimos años condicionada por el ‘movimiento antivacunas’. Los profesionales sanitarios juegan un papel fundamental a la hora de transmitir un mensaje de seguridad a la población.

La vacunación que lleva alrededor de 200 años utilizándose, al producir la inmunización en el organismo, se convierte en vital al ayudar a prevenir enfermedades, discapacidades y defunciones. No obstante, en la actualidad, la tasa mundial de vacunación -86%- no ha aumentado en los últimos dos años, lo que supone un estancamiento de la cobertura mundial que deja expuestas a personas que podrían infectarse fácilmente, como inmunodeprimidos y bebés.

Un bloqueo que, según los datos obtenidos, contrasta con el incremento del número de nuevas vacunas, a partir de las cuales se podrían evitar 1,5 millones de muertes. En este sentido, cabe destacar que la revacunación o las dosis de recordatorio aplicadas tras la primera dosis también son necesarias para la continuidad del efecto de algunas vacunas.

Para mejorar estas cifras, la Organización Mundial de la Salud (OMS) tiene como uno de sus principales propósitos incrementar la cobertura de vacunación en aquellos países donde es mucho más reducida, con el objetivo de minimizar el número de defunciones anuales. Y es que aproximadamente el 60% de la población no vacunada se concentra en 10 países: Angola, Brasil, Etiopía, Filipinas, India, Indonesia, Nigeria, Pakistán, República Democrática del Congo y Vietnam, como consecuencia de las guerras, la falta de infraestructuras o el colapso en el sistema sanitario.

Una amenaza cada vez mayor

Si bien, todas estas previsiones de mejora en países donde el acceso a las vacunas es más limitado, se complica en aquellos donde se propaga el “movimiento antivacunas”. Un movimiento que, según la OMS, es una “amenaza cada vez mayor” para todos los programas de vacunación que están en proceso.

El movimiento antivacunas es aquel en el que, por diversas creencias, los niños no son vacunados frente a una gran variedad de enfermedades. Por lo general, solo afecta a los niños porque los padres fueron vacunados durante su infancia o en momentos en los que la vacunación era obligatoria. Sin embargo, al decidir no vacunar a los propios hijos, no solo tiene efecto en ellos, sino también en aquellos que les rodean.

Y es que, a pesar de que la OMS indica todos los avances que se han obtenido a partir de las múltiples campañas de vacunación realizadas a nivel mundial, sigue habiendo personas que desconfían de sus beneficios. Esto se debe a todos los bulos, ideas y actuaciones que se dan en contra de las vacunas. Por ejemplo, se dice que producen graves efectos secundarios (autismo, cáncer o sobrecarga del sistema inmunitario, debilitándolo e induciendo a pensar que el beneficio es mínimo frente a un alto riesgo) o que los compuestos químicos, que se les da poco uso en la actualidad (tiomersal, formaldehído y aluminio), presentes en las vacunas son perjudiciales, lo que hace que se recurra a remedios naturales para tratar enfermedades. Todo ello, sin olvidar que hay gente que, al haber olvidado lo destructivas que pueden llegar a ser las enfermedades, defienden bulos sobre éstas, hasta el punto de llegar a afirmar que no existen.

Otro de los motivos que impulsa este movimiento es la creciente desconfianza hacia políticos y sanitarios, al imponerse en algunos casos la vacunación obligatoria al convertirse en un asunto de salud pública. La imposición de vacunación ha creado rechazo en muchos individuos al anular posibilidad de elección de los padres, empeorando la opinión, pero mejorando la seguridad. Como contrapartida, los individuos “antivacunas” militan contra laboratorios farmacéuticos y políticos mediante el uso de redes sociales que cobran mucha importancia a día de hoy.

Debate internacional

La posibilidad de que exista una relación entre la vacunación en niños y el consecuente desarrollo de otros problemas de salud continúa siendo objeto de debate a nivel mundial. A pesar de que numerosos estudios avalan que las vacunas no están asociadas al desarrollo de autismo, diabetes o sobrecarga del sistema inmunitario (y un gran etcétera de efectos no relacionados con las vacunas), la tendencia a la no vacunación se mantiene. Todo ello sin olvidar que se han estudiado las diversas enfermedades y los compuestos de estos productos biológicos, en los que se han determinado las mejores formas de formulación de producción de vacunas, plasmados en estudios.

Deterioro de la ‘inmunidad grupal’

Una de las consecuencias del movimiento antivacunas es el deterioro de la “inmunidad grupal”. En condiciones óptimas, la protección atribuida a las personas sería generalizada al estar gran parte de la población inmunizada frente a la enfermedad y siendo más fácil erradicarla, quedando ésta controlada, ya que se protege a los sujetos vacunados y, por consecuente, a todos aquellos que rodean a la población vacunada que no está inmunizada. Pero, con el movimiento antivacunas, dicha “inmunidad grupal” termina por resquebrajarse.

En consecuencia, algunas enfermedades consideradas erradicadas en países europeos como la polio, la rubeola, la viruela, el sarampión o la difteria están resurgiendo y, por ende, vuelve a existir la posibilidad de contagio. Al ser consideradas enfermedades erradicadas, la población está descuidando las medidas higiénico dietéticas preventivas de contraer la enfermedad, por lo que se debe reforzar el mensaje de que la vacunación es la forma de no contraer la enfermedad y, de este modo, ayudar a que las personas del entorno tengan menos probabilidades de contraerla.

Insistir en la seguridad de las vacunas

Si bien es cierto que, el hecho de que las personas consideren que la vacunación es un proceso peligroso y arriesgado para la salud, indica que los profesionales sanitarios no están informando de forma adecuada y el mensaje, en su intento de proporcionar salud, falla. Ante esta realidad, los profesionales sanitarios tienen la oportunidad de desmentir los bulos y adaptar su respuesta acerca de la importancia de la inmunización. Para ello, más allá de los leves efectos adversos (dolor e inflamación en el punto de inyección en el momento de la vacunación y, en ocasiones, confusión, mareos, vómitos y disminución del apetito durante los tres días siguientes, así como reacciones alérgicas en casos muy reducidos) se debe insistir en que las vacunas son seguras y que los efectos secundarios que pueden producir son insignificantes (desaparecen en cuestión de días) en comparación con los beneficios que éstas proporcionan.

Además, no hay que olvidar el sistema de farmacovigilancia instaurado a nivel nacional mediante las instituciones públicas, coordinadas por la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS), observa y determina las sospechas de los riesgos asociados. Los profesionales sanitarios (médicos, farmacéuticos y enfermeras) son quienes envían las notificaciones de la detección de reacciones adversas al medicamento (RAM), especialmente cuando las vacunas se han comercializado recientemente.

Por ello, es innegable que los profesionales sanitarios juegan un papel crucial en el proceso de educación sanitaria para ayudar a comprender el rol de la vacunación y disipar aquellas dudas que aún quedan latentes. Y es que su actuación podría disminuir el efecto llamada del movimiento antivacunas y favorecer de nuevo la inmunidad colectiva que erradicaría de nuevo algunas enfermedades.

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