Varias décadas de investigación no han conseguido gran cosa contra una enfermedad devastadora. Aun así, los esfuerzos continúan.

FUENTE: Diario Médico

“Los fármacos disponibles actualmente para la enfermedad de Alzheimer mejoran los síntomas, pero no consiguen enlentecer la progresión de la enfermedad”, confirma Juan Fortea, coordinador del Grupo de Estudio de Conducta y Demencias de la Sociedad Española de Neurología. “Detectar la enfermedad precozmente permite una mejor planificación de los cuidados y una mejor calidad de vida. Pero por desgracia, se estima que hasta el 80% de los casos de Alzheimer en sus formas prodrómicas o más leves están sin diagnosticar. Urge, por lo tanto, el desarrollo de políticas sanitarias destinadas a garantizar el adecuado diagnóstico para el acceso temprano a los tratamientos disponibles. Además de que esto también ayudaría a disminuir el coste socioeconómico de la enfermedad”.

Hoy, cuando han pasado casi 115 años desde que en 1906 el científico alemán Alois Alzheimer describiera una nueva enfermedad que producía pérdida de memoria, desorientación, alucinaciones y finalmente muerte, esta patología sigue sin contar con un fármaco en el mercado que consiga detenerla. Sin embargo, aunque en los últimos años varios fármacos prometedores se han rendido en las últimas etapas de los ensayos clínicos, después de varios miles de millones de inversión en I+D, la carrera por encontrar una terapia efectiva sigue siendo una prioridad para las compañías farmacéuticas.

Así lo muestran los datos del informe de especialistas estadounidenses Alzheimer’s disease drug development pipeline: 2020, una exhaustiva revisión de la investigación actual en la enfermedad. En la actualidad hay en marcha un total de 136 ensayos clínicos en los que se está probando la eficacia de 121 medicamentos. De estas terapias en ensayos, 29 se encuentran ya en la fase III, la última antes de su aprobación; 65 están la segunda fase, y otras 27 se encuentran en la primera etapa de los ensayos clínicos.

Alianza europea

Este impulso a la investigación en Alzheimer deriva del acuerdo alcanzado el pasado año en Europa por siete de las mayores compañías farmacéuticas del mundo: Biogen, Eisai, Janssen, Lilly, MSD, Otsuka y Roche. Decidieron unir sus fuerzas para tratar de encontrar tratamientos efectivos y pusieron en marcha la Plataforma de la Enfermedad de Alzheimer, una alianza para lograr nuevas opciones terapéuticas que permitan tratar la enfermedad, ralentizar su progresión e incluso prevenirla, y que parte de la necesidad de impulsar la colaboración y de abordar el problema desde nuevos enfoques.

Buena parte de los ensayos en marcha se están llevando a cabo en España. El Registro Español de Ensayos Clínicos (REEC), la base de datos que impulsa la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (Aemps), recoge hasta 90 ensayos clínicos sobre Alzheimer. Igualmente, la asociación Alzheimer Europe, la mayor alianza de asociaciones sobre la patología en el continente, confirma que seis de los ocho ensayos en fase III más prometedores que se están investigando en Europa y cuatro de los seis más avanzados en fase II cuentan con participación española.

Además de la investigación en medicamentos, el último informe de la patronal americana Phrma, informa de que de las 259 vacunas en desarrollo para el tratamiento o prevención de enfermedades, dos de ellas están investigándose para la enfermedad de Alzheimer, incluida una vacuna terapéutica dirigida a la proteína beta amiloide, relacionada con el desarrollo de este trastorno neurológico.

Dos ayudas

Aunque el Alzheimer aún no tiene cura y no hay un medicamento capaz de frenar su progresión, sí existen dos tipos de medicamentos aprobados específicamente para tratar los síntomas de la enfermedad que consiguen mantener durante cierto tiempo el estado neuropsicológico y funcional del paciente y ayudan a paliar algunos síntomas, disminuyendo su intensidad y contribuyendo a una mayor calidad de vida de pacientes y familiares.

Una clase son los inhibidores de la colinesterasa, que retrasan la degradación de la acetilcolina, un neurotransmisor implicado en los procesos de la memoria y el aprendizaje, y que suelen indicarse en fases de leve a moderadamente graves de la enfermedad. El segundo tipo de fármacos es la memantina, que disminuye los síntomas al actuar sobre otro neurotransmisor, el glutamato, implicado también en algunas funciones cognitivas.

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