La igualdad de acceso al sistema de salud está en juego. Los efectos de la despoblación hacen que los farmacéuticos rurales gestionen negocios vitales para los pequeños municipios pero que, al mismo tiempo, no son rentables.

FUENTE: Levante

José Ramón García comienza una nueva jornada de trabajo equipándose como corresponde: se abrocha bien las chanclas, que hace bastante calor en verano en el Rincón de Ademuz, y se coloca la bata blanca que lo distingue entre los 131 vecinos de Casas Altas. Como todos los días, mira de frente a los altos pinos y a la iglesia que hay frente a su farmacia y, mientras suenan las campanas que dan la hora, abre su farmacia. La suya es la única farmacia de un pequeño pueblo que envejece año a año. «Es bonito como servicio, pero es duro, requiere mucho más esfuerzo que en otros sitios para no ver una recompensa económica. Es un servicio social», cuenta José Ramón a este diario. Con sus luces y sus sombras, él dice que, al final de cada día, la labor que desempeña le resulta «reconfortante».

García, como tantos otros farmacéuticos rurales y de farmacias de viabilidad económica Comprometida (VEC) de la Comunitat Valenciana, termina siendo, según sus palabras, la «puerta de acceso al sistema sanitario» para muchas personas, gran parte de ellas jubiladas. A veces, se siente como el internet del pueblo, ya que las personas acuden a él por los temas más variopintos. En vez de Google, en Casas Altas tienen a José Ramón García.

«Soy un vecino que le gusta ayudar a los demás. A veces vienen a ver si les puedo solicitar algún trámite sanitario a través de internet», explica. La vieja localidad de Casas Altas pervive situada a la vera del Túria, que da fertilidad a sus campos, y está a cuatro kilómetros de la capital de comarca, Ademuz. Pese a su cercanía con la cabecera de comarca, en Casas Altas la consulta médica en el pueblo solo es los lunes y jueves, un reflejo de la situación en centenares de localidades amenazadas por la despoblación. «Como la consulta es dos veces a la semana, una persona mayor a la que se le han acabado las pastillas de la tensión, que no sabe que con todo esto del covid puede llamar por teléfono para que el médico le dé la receta, pues viene a la farmacia y me lo dice. Y a mí no me cuesta nada llamar al médico», comenta García. Ese, afirma, es el problema más común. Aparte de la ausencia de centro de salud, el hospital que le corresponde al Rincón de Ademuz es el de Llíria, a una hora y cuarto. Muchos vecinos prefieren ir a Teruel, más cerca pero igual de lejos: a 45 minutos.

Otro de los problemas es que, además de ser internet, también hace de repartidor, algo que por ley tampoco le corresponde. «Pero cuando te llama una persona mayor llorando, a ver qué vas a hacer», dice. Mientras lo visita este diario, los vecinos que pasan lo saludan de manera especial, casi familiar. García asegura que «ver la sonrisa» de una persona cuando le da las medicinas necesarias le hace saber que su trabajo vale la pena. Incluso si para llegar a la casa ha tenido que superar el palmo de nieve que cuaja en la comarca en invierno. No obstante, este hombre de 43 años es un experto con las condiciones del Rincón de Ademuz después de 20 inviernos: llegó allí a principios del milenio desde el Valle de Ayora, de donde es natural, y echó raíces en Casas Altas. «¡Mis dos hijos son casasalteros de pura cepa!», exclama. Vive allí con ellos y con su mujer, y destaca que gracias a la extrema cercanía de su casa con el trabajo —«te tiene que gustar la vida de pueblo para trabajar aquí»— tiene horas extra para dedicar a su afición: ir al monte a por setas. «En la ciudad, ese tiempo que dedico a la micología me lo pasaría en el metro», reflexiona García. Por contra, su facturación ha decrecido un 40 % desde que llegó.

Negocios esenciales olvidados

García se rió cuando alguien le reprochó que los farmacéuticos ganan mucho dinero. «Me quedé mirando y le dije ‘estás muy equivocado’», recuerda. Él, farmacéutico titular en su local, asegura que gana menos dinero que un farmacéutico adjunto en una botica de ciudad. Muchas farmacias rurales valencianas afrontan pérdidas año a año, sin ninguna ayuda que los impulse a seguir con un servicio que tiene mucho de vocacional y público. No ha sido hasta este 2021 cuando el Colegio Oficial de Farmacéuticos de Valencia (Micof) y la diputación provincial han impulsado una ayuda conjunta de 60.000 euros para farmacias rurales y VEC. Un total de 21 establecimientos de la provincia podían adherirse a este nuevo programa.

García, cuyo establecimiento optó a este apoyo económico, afirma que la inyección extra «se agradece muchísimo porque era más que necesaria». «Viene a calmar un poco la situación», destaca sobre la ayuda, hasta ahora inexistente, pero recalca que aún faltaría para llegar «al sueldo medio» del sector. Además, reivindica que este tipo de ingresos también deberían implantarse en las otras dos provincias valencianas y en toda España. «Por empatía, no puedo dejar de pensar que el resto de compañeros a nivel nacional están en la misma situación que estoy yo antes de recibir esta ayuda. Tienen derecho a que se sepa cuál es su situación. Hemos podido avanzar un poquito, pero Castelló y Alicante no han dado este paso», lamenta García, farmacéutico y mil cosas más en el pueblo, aunque fuera de Casas Altas no se sepa.

Como le sucede a su Rincón de Ademuz en lo que a la geografía valenciana respecta, García se siente, en ocasiones, aislado. «Al final, somos negocios pequeños, olvidados y con poca fuerza que desarrollamos una labor social que no se ve más allá de tu municipio», asevera, al tiempo que se enorgullece de que «todos los vecinos de pueblos rurales de España podrían hablar cosas bonitas de sus farmacéuticos».

El vocal del Micof Edu Miedes indica que la farmacia rural, que entre otras cosas «no tiene derecho» a cerrar, «es la que se encarga de que haya un sanitario en cada municipio cuando no hay un médico». Él lo sabe bien. Además de su cargo en el colegio, es farmacéutico rural de Gavarda, localidad de 1.000 habitantes en la Ribera Alta. Miedes considera que las nuevas ayudas en la provincia de Valencia «paliarán» la situación límite de estas farmacias. «Tienen una rentabilidad negativa anual de unos 5.250 euros al año», recalca. El colegio oficial de Valencia realizó una encuesta que concluyó que el 75 % de los farmacéuticos rurales trabaja en un local que no es de su propiedad. Además, solo al 16 % se le presta el sitio de manera grauita. Alquiler y facturas, sin ir más lejos, serán dos de los destinos centrales del dinero aportado por el Micof y la Diputación de Valencia.

La responsabilidad de ser rural

Maite Vicedo es la farmacéutica de Terrateig, en la Vall d’Albaida lindando con la Safor. Para ella, la relación con sus clientes es la misma que tendría en la ciudad, con una salvedad: «Sin la farmacia rural el paciente no disfrutaría de sus derechos sanitarios». Vicedo apunta que dirigir una farmacia rural «es una gran responsabilidad para el farmacéutico». Sin ella, cree, los pacientes tendrían menos seguimiento farmacoterapéutico, evaluación de síntomas menores, adherencia al sistema de salud y educación sanitaria. Precisamente eso último, a través de campañas para los vecinos, es el objetivo de una parte de los fondos que recibirán las farmacias rurales.

Terrateig, que cuenta con 280 habitantes, está prácticamente en medio de dos urbes grandes —Ontinyent y Gandia—. «Somos la esencia de la capilaridad del modelo farmacéutico que permite el acceso universal e igualitario a todos los ciudadanos independientemente del lugar donde resida», subraya Vicedo. A pesar de las dificultades diarias y de la pandemia, ella cree que en los últimos tiempos ha mejorado la perspectiva de las farmacias rurales a nivel mediático y administrativo.

«La mayor presencia está permitiendo el desarrollo de un mundo rural que está lleno de vida, de dinamismo, de orgullo de ser rural, de oportunidades, de innovación, de esperanza y de futuro»,  enumera con optimismo.

Farmacias abiertas y de urgencia más cercanas