Es frecuente confundir la intolerancia a la lactosa con la alergia a la leche, pero se trata de dos problemas muy distintos. Es importante conocer las diferencias; sobre todo, los alimentos que hay que eliminar de la dieta en cada caso

Las alergias y las intolerancias son dos problemas muy distintos. Es cierto que algunos síntomas son similares, pero sus consecuencias y gravedad presentan divergencias muy significativas. En concreto, es bastante habitual confundir la intolerancia a la lactosa y la alergia a la leche. Esta última puede suponer una urgencia vital para muchas personas, algo que no sucede con la intolerancia a la lactosa.

Veamos, en primer lugar, en qué consiste cada una de estas dos afecciones para, posteriormente, identificar sus diferencias más importantes.

Qué es la intolerancia a la lactosa

La lactosa es el principal azúcar de la leche y los derivados lácteos. Según explica la Fundación Española de Aparato Digestivo (FEAD), “cuando tomamos lactosa, esta es degradada en el intestino gracias a una enzima llamada lactasa”. Esta enzima “desdobla la lactosa en dos azúcares sencillos, la glucosa y la lactasa”, que son eficazmente absorbidos en el intestino delgado. Esto es así en condiciones normales.

La intolerancia a la lactosa surge cuando el organismo no produce la suficiente cantidad de lactasa para degradar la lactosa. Esto puede deberse a tres situaciones distintas: un problema congénito (desde el nacimiento), una enfermedad intestinal (déficit secundario, que generalmente es temporal) o por un déficit primario adquirido, que implica que la lactasa se expresa correctamente desde el nacimiento, pero a partir de la infancia se produce una disminución de su actividad.

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