Las picaduras de medusa no suelen ser graves, pero giran alrededor de ellas algunos mitos sobre cómo tratarlas que pueden retrasar su curación. Saber actuar ante un incidente de este tipo es clave para evitar males menores

Es verano y la fauna animal lo sabe. Las picaduras de mosquitos, avispas o garrapatas aumentan en esta época del año, siendo motivo de consulta médica frecuente. En el mar, el “bichejo” estrella en este sentido es, sin duda, la medusa. El contenido de sus células urticantes (llamado nematocistos) se libera cuando este invertebrado se siente amenazado o pretende capturar alguna presa. Sobra aclarar que, en el caso del ser humano, el ataque se produce por la primera situación.

“Aunque siempre hay excepciones, las picaduras de medusas no suelen ser graves. El contacto con medusas vivas, muertas o con restos de ellas se caracteriza por dolor y/o un picor intenso e inmediato en la zona, pudiendo aparecer reacciones locales con enrojecimiento, inflamación y vesículas pequeñas”, detalla el Ministerio de Sanidad.

Signos como náuseas, vómitos o calambres musculares son más raros. Los casos más graves pueden presentar pérdida de conciencia con el consecuente riesgo de ahogamiento. Según el organismo público, “las personas que hayan tenido contacto previo, pueden estar sensibilizadas y una segunda picadura puede producir una reacción más severa”.

Por su parte, Julio José Llerena, coordinador del Servicio de Urgencias del Hospital Vithas Valencia Turia, “hay varios factores que pueden agravar una picadura de medusa y hacer que su efecto sea más severo. La reacción puede ser especialmente intensa si la persona es alérgica a las toxinas, si la picadura se produce en zonas sensibles como la cara, el cuello o los genitales, o si ha habido contacto con varios tentáculos”. Además, continúa el experto, “cuanto más tiempo esté la piel expuesta a las toxinas, mayor será la irritación y el riesgo de complicaciones”.

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