Es triste comprobar cómo enfermedades que no resultan extrañas a oídos de nadie, están en realidad rodeadas de tanto desconocimiento y mito. La dermatitis atópica podría incluirse en este grupo. Que se trata de una patología relacionada con la piel es algo que todo el mundo identifica, pero lo cierto es que sus efectos van mucho más allá del picor y los signos visibles que el paso de esta enfermedad deja.
Para arrojar claridad y concienciar sobre una afección que sufren 1,5 millones de adultos españoles y entre el 10-20% de los niños, Pfizer ha organizado en Madrid la exposición “Pieles Perfectamente Imperfectas. Historias Atópicas”, con la colaboración de la Asociación de Afectados por la Dermatitis Atópica (AADA). “Es una enfermedad inflamatoria de la piel, que está roja, engrosada y ante la que el paciente tiene una necesidad imperiosa de rascarse”, ha definido Pablo de la Cueva, jefe del Servicio de Dermatología del Hospital General Universitario Gregorio Marañón, durante la presentación de la muestra.
Sobre esta sensación de picor, el experto ha insistido en que es muy desagradable y que puede aparecer en distintas partes del cuerpo, siendo las zonas más frecuentes los pliegues, las manos, el cuello o la zona de los ojos y los labios. La enfermedad puede manifestarse en distintos grados, desde más leves hasta graves (alrededor de 30.000 españoles) que afectan sobremanera a la calidad de vida del paciente.
Acerca de las causas, De la Cueva ha aludido, en primer lugar, a un defecto de la barrera cutánea: “La piel tiene una capa más superficial que se llama córnea. En esta población, esa capa no está perfectamente desarrollada y va a evaporar más agua, por lo que aumenta la sequedad”. Así, ha continuado, la piel es más vulnerable para que alérgenos e irritantes puedan penetrar en ella. “Todo esto, además de una susceptibilidad genética, hace que la piel se inflame”, ha añadido.
El rascado, por otra parte, también produce más inflamación. En este sentido, el especialista ha recordado que no se puede culpar nunca al paciente porque este no se rasca porque quiera, sino que es algo inevitable, inherente a la enfermedad.
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