Las hospitalizaciones psiquiátricas y el riesgo de suicidio aumentan en períodos de canícula. Sin llegar a tanto, muchas personas experimentan síntomas de ansiedad o depresión. Factores fisiológicos, conductuales y sociales explican un fenómeno que cada vez entendemos mejor

Es como un espectro infernal que nos abruma el cuerpo y nos aplana la mente. Su tórrida omnipresencia dota a la realidad de un velo hipnótico, casi irreal. Incluso en su versión más seca, tiene algo de vaporoso. Parece que el ambiente se espesara y nos moviéramos por él a duras penas (toda una paradoja sensorial, ya que el aire frío es más denso que el caliente). Cuando las temperaturas frisan o incluso superan los 40º, la vida se suspende y todo lo demás queda en segundo plano. Los telediarios arrancan con mapas teñidos de rojo y las conversaciones se llenan de adjetivos dramáticos: insoportable, horrible, inhumano. Se expresa por doquier el anhelo de que esto acabe cuanto antes.

Más allá del rechazo casi unívoco al calor extremo, del fastidio más o menos tolerable que nos provoca, parece que además conlleva serios efectos negativos para la salud mental. Un metaanálisis de 2023 publicado en The Lancet halló “incrementos significativos en el riesgo de suicidio y las hospitalizaciones psiquiátricas en períodos con temperaturas anormalmente altas”, resume por videollamada su autora principal, Emma Lawrance, jefa de un grupo de trabajo que estudia los vínculos entre clima y salud mental en el Imperial College de Londres.

Noticia completa en El País

 

Farmacias abiertas y de urgencia más cercanas