La afición al running te hace querer progresar rápido, acumular kilómetros y llevar tu cuerpo al límite. Por eso, el plan de “correr lento” no suele ser tu ideal de entrenamiento. Lo que tal vez no sabes es que no siempre tienes que sobreesforzarte para mejorar tu rendimiento. De hecho, bajar el ritmo te ayuda a progresar a largo plazo con más eficiencia.
No se trata de ir siempre despacio, ni de descuidar la velocidad. Más bien, es que incluyas el trote pausado como una estrategia para mejorar tu capacidad aeróbica, aumentar tu eficiencia y favorecer las recuperaciones tras hacer esfuerzos más intensos. Aquí te contamos por qué no deberías subestimar el trote lento.
¿A qué nos referimos con ‘correr lento’?
Lo que entendemos por ‘correr lento’ no es un número exacto en el reloj, sino un nivel de esfuerzo. En líneas generales, es poder mantener una conversación sin quedarte sin aliento; ir a un paso cómodo mientras haces un trabajo aeróbico (utilizando oxígeno como fuente principal de energía), pero sosteniendo sin problema por más tiempo.
En términos más técnicos, se considera una carrera lenta la que se hace en ‘zona 2’ de frecuencia cardíaca, que suele estar por debajo del 70 % de las pulsaciones máximas. Si bien un pulsómetro es útil para establecer este parámetro, no es estrictamente necesario. Solo debes asegurarte de que el trote se sienta natural, sin forzar.
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