El paso repentino al calzado cerrado puede provocar fascitis plantar, tendinitis, rozaduras o uñas encarnadas

Las temperaturas templadas que se mantienen en gran parte del país en este arranque de otoño están retrasando el momento en que muchos españoles dejan atrás el calzado veraniego para volver a usar zapatos cerrados o botas. Esta demora en el cambio, unida a un previsible descenso brusco de las temperaturas, puede traducirse en una transición repentina que incremente el riesgo de molestias o lesiones en los pies.

Así lo advierte el Colegio Profesional de Podólogos de Andalucía (COPOAN), que alerta de que este proceso de adaptación no debe subestimarse. Según explican, el paso de un calzado veraniego –más plano, ligero y sin sujeción– a uno cerrado y rígido representa una modificación significativa en la manera de caminar, en la distribución del peso corporal y en la movilidad del pie. «Durante el verano se usa calzado más plano, flexible o sin sujeción, lo que hace que la musculatura intrínseca del pie trabaje de forma distinta y el arco plantar soporte las cargas de manera menos uniforme. Cuando pasamos de golpe a un zapato cerrado y más rígido, los tejidos pueden resentirse», afirma Rosario Correa, presidenta del COPOAN.

Ante esta situación, los podólogos recomiendan aprovechar las semanas previas al descenso acusado de las temperaturas para realizar un cambio progresivo en el tipo de calzado. Esta adaptación gradual permite que músculos, tendones y ligamentos del pie recuperen su tono y elasticidad habituales tras un verano de menor amortiguación y estabilidad. De este modo, se reduce el riesgo de sufrir sobrecargas, rozaduras o dolencias más severas.

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