Al igual que ese primer beso bajo la lluvia, la chica llorando por amor en el sofá metiendo y sacando la cuchara de una enorme tarrina de chocolate es otro must de cualquier película romántica. Sin embargo, si damos el salto de la gran pantalla, en la vida cotidiana también es habitual recurrir al dulce, no necesariamente cuando nos rompen el corazón, pero sí ante cualquier situación de estrés o bajón.
Pero, ¿qué tiene el azúcar para que sirva de pañuelo de lágrimas? “Una de las formas más habituales de regular emociones negativas, por ejemplo, la tristeza, es comiendo lo que sea”, indica Javier García Campayo, psiquiatra en el Hospital Miguel Servet. Según el experto, el origen de esta conducta es atávico: “Cuando los seres humanos éramos cazadores y recolectores, no comíamos todos los días, sólo cuando cazábamos grandes animales y, además, como la carne se echaba a perder pronto, había que comérselo todo enseguida”.
Por ello, continúa el experto, “incluso ahora identificamos las fiestas (bodas, bautizos, cumpleaños) con comilonas y es la forma habitual que tenemos de ‘alegrarnos’ y animarnos”.
Sobre la elección de alimentos dulces, García Campayo aclara que tiene que ver con el efecto euforizante y energizante que produce el azúcar, especialmente cuando la persona se encuentra triste, baja de ánimos o cansada. “Realmente es un espejismo porque esa subida de energía por la glucosa que se libera al torrente sanguíneo es rápidamente regulada por el páncreas y nos provoca un ‘bajón’ por el que solemos tomar más dulce, generando un círculo vicioso”, resalta el especialista.
Utilizar la comida para regular las emociones no es otra cosa que hambre emocional. Según el experto consultado, “no comemos por hambre ni necesidad energética, sino para sentirnos mejor”. En estos casos, interviene la dopamina, la hormona de la recompensa. El problema está cuando este comportamiento se realiza de forma recurrente. Hay estudios que estiman que hasta el 50% de las personas con obesidad tiene una relación emocional con la comida, lo que desmiente el mito de que esta enfermedad es sólo cuestión de fuerza de voluntad.
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